Sr. Director:
Los grandes centros de poder internacional temen que la fragmentación política española lleve a una inestabilidad que, ciertamente, no interesa a nadie, y menos aún a los fautores de la globalización. Esta vez, parece superado ese temor, gracias a una amplia participación ciudadana, que contrasta con el escepticismo que se observa en otros países, como consecuencia de cierta decadencia de la democracia, incapaz de responder de veras a las necesidades reales de muchos.
Lo acaba de comprobar Emmanuel Macron, en su intento casi desesperado de recuperar ilusión popular por unas reformas que, en la última campaña presidencial parecían haber encontrado eco en los ciudadanos. Pero la evolución del mandato, respaldado en la Asamblea Nacional por la mayoría del partido promovido por el propio Macron, refleja más bien un excesivo descontento: alguno lo considera rasgo típico de la idiosincrasia del país vecino; pero hay motivos objetivos, como los señalados por el movimiento de los “gilets jaunes”, que volvieron a manifestarse en todo el Hexágono después de veintitantos sábados consecutivos, sin que la reciente ley -en parte, inconstitucional- haya frenado la protesta, ni las dosis homeopáticas de violencia física.