Sr. Director:

La declaración de la ministro de Educación, doña Isabel Celaá, diciendo que “no podemos pensar que los hijos pertenecen a los padres”, provocó una escandalera de mucho cuidado, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales y en los comentarios de la gente de a pie, pero ha tenido el buen efecto de destapar un problema que estaba ya, aunque oculto.

Ante todo debo decir que por supuesto los niños no pertenecen a los padres, porque ni son objetos, ni son animales de los que uno puede decir: “Son de mi propiedad”. En el caso de los niños indudablemente ningún ser humano pertenece a otro, y así los niños no son posesión o propiedad de los padres, pero sobre ellos los padres tienen la patria potestad, lo que conlleva las cargas de cuidarles, alimentarles y educarles, como afirman tanto la Constitución como la Declaración de Derechos Humanos, con el objeto de lograr el mayor bien del niño. Pero, por supuesto, si los niños no son de los padres, muchísimo menos son de cualquier otro, incluido muy especialmente el Estado.

Personalmente debo decir que esta declaración de la ministro no me ha sorprendido demasiado, porque hace ya bastantes años oí a un joven decir que de la Educación debía encargarse el Estado, porque los padres no saben educar. Lo que ha hecho la ministro es decir en alta voz lo que las asociaciones laicistas llevan diciendo, pero sobre todo intentando practicar desde hace largo tiempo.