Sr. Director:
Aún no se han apagado los rescoldos del último aquelarre del feminismo de género -también llamado de forma no precisamente desacertada, "Feminazismo"-.
Me refiero al Día de la Igualdad Salarial (22 de febrero), pero ya se escuchan tambores, anunciando un nuevo aquelarre, el del Día de la Mujer Trabajadora (8 de marzo). Durante los próximos días se acentuará la competición de los charlatanes de feria en los que se han convertido la mayoría de los políticos profesionales, a ver quién o quiénes acaban llevándose el diploma de "feminazi mayor del reino". Seguro que asistiremos a un concurso muy reñido, pues, teniendo en cuenta que estamos en año electoral, se acabarán diciendo barbaridades de tal magnitud que algunos conseguirán entrar en el Libro Guinness de los Récords…
En los días previos, aunque el aquelarre de este año ha estado menos animado que en años anteriores, hubo tiempo para que el sindicato feminazi UGT nos soltara la "perla" de que en España las mujeres ganan un 24 por ciento menos que los hombres… y se quedaron tan contentos ellos y ellas, y apenas nadie se atrevió a contestarle, no sea que fueran tildados de machistas, patriarcalistas, y lindezas por el estilo.
Como era de esperar, el Gobierno social-feminazi de Mariano Rajoy no podía quedarse fuera del aquelarre y antes de que finalizara el día, el Ministerio "de igual-da", que está muy preocupado, ha prometido que pondrá todos los medios a su alcance para intentar acabar con semejante injusticia, semejante lacra…
Yo, ante semejantes embustes, siempre pregunto ¿Los y las empresarios españoles son estúpidos? Lo digo porque si así fuera, lo de que es más barato contratar a mujeres que a hombres, y con la legislación actual sobre despidos que, tuvo la ocurrencia de aprobar el Gobierno del Partido Popular, no entiendo a qué esperan para despedir a los hombres y contratar exclusivamente a mujeres…
En el fondo de las continuas estupideces que se repiten de continuo y más durante y cuando se aproxima alguna fecha del calendario del feminismo de género, subyace un siempre una idea: las ganas de igualar con acciones políticas lo que la Naturaleza ha hecho "desigual".
Bien, para tratar de explicar esta cuestión, lo mejor es empezar por el principio.
Y el principio fue lo que algunos llaman "Prehistoria", aunque yo prefiero llamarla "Historia Primitiva": aunque tal vez aburra tener que repetir semejante perogrullada, los hombres y las mujeres no hemos sido diseñados por ningún ente sobrenatural patriarcalista, malvado y puñetero; somos el resultado de varios cientos de miles de años de evolución. En ese proceso milenario, el criterio aplicado por la Naturaleza no fue la opresión de un sexo por el otro, por más que rabien las feministas, sino la supervivencia de la especie.
Para lograr esa supervivencia, la Naturaleza les encomendó funciones específicas -y diferentes- a los hombres y a las mujeres.
La mujer primitiva era, sobre todo, madre y cuidadora. El hombre, protector y proveedor. Siempre en situaciones especialmente adversas, de tremenda dificultad, luchando a muerte contra grupos y especies rivales en la competencia por unos recursos escasos. La mujer fue el sexo valioso que aseguraba la lenta y biológicamente costosa reproducción de la especie. El hombre fue el sexo menos valioso, la parte más desechable, y por tanto quien debía y podía correr más riesgos. Las funciones -y cualidades innatas- de la mujer concordaban más con la prudencia, la mesura, la moderación; las del hombre, con la temeridad, la audacia, la osadía, e incluso la irreflexión.
Esta forma de comportamiento continuó, perduró y se reprodujo durante cientos de miles de años y, sin duda, -así lo afirman los científicos que de esto saben- ha dejado un poso genético.
Las diferencias entre hombres y mujeres son tales que son imposibles de borrar de la noche a la mañana, por más que porfíen, por más que se empecinen los partidarios del feminismo de género. Por ejemplo, los hombres siguen teniendo más apego al riesgo que las mujeres; y las mujeres siguen más interesadas en dispensar cuidados que los hombres.
Tal vez por eso, es casi imposible que encontremos a una mujer encaramada a un andamio -los albañiles suelen ser siempre hombres- y por el contrario, la enfermería ha sido una profesión femenina.
En términos "ecológicos", esas diferencias son una reserva de biodiversidad que, más que combatir, habría que preservar. Quienes se hacen llamar "progresistas", en este aspecto son bastante incoherentes.
Aunque la especie Homo sapiens haya sido capaz de inventar nuevas tecnologías, que le han permitido cambiar el caballo por trenes de alta velocidad, y las señales de humo por el smartphone, hombres y mujeres seguimos teniendo capacidades e intereses diferentes, y la uniformidad, el igualitarismo, son una perversa utopía. No una bella utopía, sino una utopía estúpida y empobrecedora; aparte de totalitaria y liberticida.
Si, en el conjunto de la sociedad, hay más hombres que mujeres en la punta de la pirámide empresarial, posiblemente se deba a que los hombres han arriesgado más, y por tanto suelen ser más emprendedores. En el otro extremo, también es mayor el número de varones socialmente excluidos. Y si las mujeres son mayoría en la carrera judicial o en las profesiones sanitarias, pero no en las ingenierías, quizá la verdadera razón haya que buscarla en un diseño genético ancestral, no en un techo de cristal imaginario.
Así que, menos política "de igualdad y género", menos "políticas de discriminación positiva" (léase "tratos de favor") y más libertad. Menos cuotas y más igualdad de oportunidades. Menos victimismo y más igualdad ante la ley. Y que cada palo aguante su vela.
Carlos Aurelio Caldito Aunión