Esto me recuerda el mensaje que el astronauta Pedro Duque, otro par de la ciencia, dejó escrito en el Museo de la Ciencia de Valencia: nos urgía a tomar decisiones porque al planeta tierra sólo le quedaban unas pocas decenas de miles de años de existencia. Ahora Stephen Hawking (en la imagen), el científico que desde que se confesó ateo es adorado como un dios, siempre alegre, siempre risueño, reduce el tiempo de espera y acrecienta la angustia: en 1.000 años tendremos que abandonar el planeta. Como buen científico es muy riguroso. Y simplemente nos asegura que "no le doy más de 1.000 años". O sea, una cosa muy rigurosa y más racional que razonable. El cronista de su estancia en Canarias nos explica que Hawking ya no cree en Dios pero aún conserva "su confianza en la ciencia para comprender el mundo". Pues ya vemos con la exactitud de su comprensión: pongamos 1.000 años y no se hable más. Pero lo que resulta curioso es que no confíen en Dios y confíen en la ciencia (experimental claro, que es lo que ha venido a significar el término científico en los últimos, pongamos 100 años). Es decir, confían en la disciplina del saber que sólo puede analizar una partícula, un mínimo infinitesimal de la vida, llamada materia. Una partícula mínima pero sobre todo, secundaria del entendimiento humano. Lo cual significa lo de siempre: que para ser ateo hay que ser muy crédito, "con una credulidad que ninguna religión exige". Hay que creer en uno mismo y encima en eso algo soso, sin identidad, porque está en perpetuo cambio, llamado materia. No confían en Dios pero han creado el espiritismo de la ciencia. Hispanidad redaccion@hispanidad.com