Por el respeto y la consideración que, como cristiano de a pie, les debo a los obispos españoles me limitaré a calificar como “inesperadas” las declaraciones de los siete obispos que componen la comisión de la Conferencia Episcopal para las comunicaciones sociales, así como la reciente intervención del anterior presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Valladolid, el cardenal Ricardo Blázquez.

Pero que yo califique en este artículo como “inesperadas” dichas intervenciones, no quiere decir que los historiadores del futuro se queden en tan liviana calificación, porque ellos ya estarán obligados a contar la verdad, sin condicionantes. Y así como yo en anteriores artículos dominicales he hablado de los obispos de los siglos pasados bien, regular, mal y muy mal, según de quien se trate, por deberme a la verdad, cuando pase el tiempo otros emitirán el juicio histórico que se merecen los obispos españoles actuales, según el comportamiento que están teniendo en la pandemia del coronavirus.

De un cardenal como don Ricardo Blázquez, los católicos esperamos trascendencia, no alabanzas a un proceso político

Así es que por mi parte y por ahora, dejémoslo en lo “no esperado”. Porque “inesperado” es en mi opinión el documento publicado por la comisión episcopal para las comunicaciones sociales, en el que se afirma que las empresas de comunicación están abriendo “una ventana a la esperanza y al futuro”, para continuar reconociendo con palabras que cito del documento: “la capacidad de entretener con programas de humor, con el cine o la música, que nos permite salir de una rutina diaria necesariamente estrecha, y nos puede vincular con lo mejor de la humanidad, el arte y la cultura”.

Y lo califico de “inesperado” porque por mucha comisión episcopal que formen los siete obispos que la componen, junto con un secretario técnico, que además de licenciado en Teología dice serlo también en Periodismo, todos ellos son sacerdotes; y de nuestros pastores lo que se espera es que nos muestren otras ventanas abiertas a la esperanza teologal, con un carácter algo más trascendente que lo que los comunicadores escriben en los periódicos, o dicen por la radio y por la televisión. Y es que yo pienso muy al contrario de sus excelencias, porque algunas periodistas y ciertos “periodistos” no atentan contra mi esperanza, contra mi fe, contra mi caridad, ni contra todo el resto de las virtudes, pero solo porque no les leo, no les escucho y no les veo por la televisión.

Yo pienso muy al contrario de sus excelencias, porque algunas periodistas y ciertos “periodistos” no atentan contra mi esperanza, contra mi fe, contra mi caridad, ni contra todo el resto de las virtudes, pero solo porque no les leo, no les escucho y no les veo por la televisión

Y ya en lo del reconocimiento de la comisión episcopal de la capacidad de los medios de comunicación, para entretenernos con programas de humor y con películas de cine, comprendo que los obispos de dicha comisión digan semejante melonada, porque no se deben distraer ni entretener con semejantes programas, dadas sus múltiples ocupaciones “pastorales”.

Pero en esa comisión hay un secretario técnico que además de sacerdote, dice haber estudiado Periodismo y este sí que debería estar al tanto de lo que se emite, por la obligación del cargo y por lo que le debieron enseñar en la Facultad, si es que en ella aprendió algo de provecho. ¿Pero es que en los programas de televisión de entretenimiento y en las películas de cine que ponen no hay nada que atente contra la doctrina cristiana, contra la moral católica y hasta contra la dignidad humana? ¿O es que el bien moral de un contenido informativo ahora se mide por el número de las audiencias?

Y la guinda es afirmar que todo esto, que según el comunicado de la comisión episcopal es tan divertido… “nos puede vincular con lo mejor de la humanidad, el arte y la cultura”. Sin duda que el que lo ha redactado, al empotrar esta frase en el comunicado de la comisión episcopal, se delata: ha hecho un corta y pega. Y al delatarse, lo malo no es que ponga en evidencia su vagancia, por ser incapaz de escribir algo original, sino que también manifiesta su incapacidad intelectual, ya que no es consciente ni de dónde lo ha cortado, pues lo de “vincularnos con lo mejor de la humanidad” lo tiene que haber sacado de alguna página esotérica. La frasecita apesta a comunicado de logia a la legua.

Prelados: son las leyes las que deben orientar las acciones humanas, no al revés

Y califico también como “inesperada” la intervención del arzobispo de Valladolid, que se ha publicado en la página oficial de su archidiócesis y se presenta bajo el título de “Necesitamos renovar el espíritu de la Transición, porque solo unidos venceremos la epidemia”.

La afirmación de don Ricardo Blázquez tiene bastantes papeletas para que, en un futuro, los historiadores digan que el que tuvo la ocurrencia de poner semejante título estaba bajo el influjo de confundir las témporas con no sé qué parte del cuerpo humano. Y el que así lo juzgue estará cargado de razón, porque ya me dirán ustedes, mis queridos lectores, qué es lo que tiene que ver el triunfo sobre el coronavirus con la Transición de Adolfo Suárez.

Por otra parte, el tono tan positivo con el que el cardenal presenta la transición política de Adolfo Suárez... Debería saber don Ricardo Blázquez que no es una verdad unánimemente admitida. Así, por ejemplo, hay hasta quien considera que se hicieron las cosas al revés. Y estoy pensando en un catedrático de Derecho de la Complutense, buen amigo mío. Según este jurista, aquella frase de Suárez que define como nada su ejecutoria: “elevemos a categoría de ley lo que es normal en la calle”, es lo que nos ha conducido a tan calamitosa situación, por colocar el Derecho a la espalda del comportamiento humano. Son las leyes las que deben orientar las acciones humanas y no al revés. Por lo tanto, la aprobación por parte de un obispo de una actuación política discutida es cuando menos inapropiada, y alguno podría pensar que hasta imprudente.

Pero, al principio de este artículo, no he calificado yo la manifestación de don Ricardo Blázquez ni de inapropiada, ni de imprudente. He dicho que es “inesperada”. Y la he calificado así porque lo que los cristianos esperamos de un sucesor de los apóstoles y de todo un príncipe de la Iglesia, como es el arzobispo de Valladolid, es un discurso trascendente y la adopción de medidas tendentes a ayudar a nuestra vida espiritual, y en definitiva a salvar nuestras almas, sobre todo en estos momentos, en los que cualquiera puede encontrase con la muerte a la vuelta de una esquina.

Me comentaba un párroco rural, que por culpa del abandono y el silencio de los obispos, sus funciones como sacerdote se han limitado a presidir entierros. Y eso sin rezar los responsos muy alto, no vaya a dar pistas con tanto entierro de que los datos oficiales de los muertos son falsos y  se enfade este Gobierno de los socialistas y los comunistas.

“Inesperado” es en mi opinión el documento publicado por la comisión episcopal para las comunicaciones sociales, en el que se afirma que las empresas de comunicación están abriendo “una ventana a la esperanza y al futuro”

No, nosotros los cristianos, por bautizados, no esperamos que nuestros obispos se dediquen a pasarles la mano por el lomo a los medios de comunicación y a los políticos. Nosotros, lo que esperamos de nuestros pastores es que nos faciliten y defiendan el derecho que como fieles tenemos a practicar el culto y a recibir los sacramentos, adoptando las medidas especiales que haga falta para poder ejercer ese derecho en esta situación de pandemia.

Muchos católicos, entre los que me incluyo, lo que esperamos de nuestros obispos es que pongan los medios y den la cara ante quien sea, para que el culto sea posible y que se incluya entre las actividades esenciales como son la compra-venta en farmacias, hipermercados y estancos o pasear a las mascotas.

Nosotros los que esperamos es que un obispo no mande desalojar la catedral a los pocos fieles que asisten a los oficios de Semana Santa, sino que defienda el legítimo derecho a la libertad de culto y denuncie a quien haya dado la orden a la policía, aunque sea el mismísimo Ministro del Interior.

Nosotros lo que esperamos es que cuando pasemos por delante de una iglesia estén sus puertas abiertas y expuesto el Santísimo Sacramento, para poder adorarlo. Y lo mismo que un tike de un supermercado justifica la salida de casa para que a uno no le multen, con más motivo pueda valer el comprobante y la firma de nuestro párroco de que se ha estado en la iglesia, adorando al Santísimo, recibiendo la comunión, confesándose o asistiendo a la Santa Misa.

Ya se habrán dado cuenta que, por un deber de conciencia, se me ha acabado la tregua del silencio y por eso quiero acabar reclamando a nuestros obispos que dejen ya de una vez de emitir comunicados “inesperados” y tomen ejemplo de tantos sacerdotes heroicos que, a escondidas, están haciendo todo lo que pueden, y no hacen lo que deben y exigen estás circunstancias, porque les falta la cercanía y el apoyo de sus superiores eclesiásticos, que se han refugiado en el escondite de lo “inesperado”.

 

Javier Paredes.

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá