En el mejor estilo Polanco (las bofetadas se propinan mirando hacia otro lado, nobleza obliga), El País convirtió en portada el discurso de su odiado Aznar a la fundación del Partido popular, la FAES: "Aznar rescata su discurso más duro contra el triunfo socialista". Es decir, un titular editorializante, para escoger la frase maldita, que naturalmente estaba dentro. Dijo Aznar. "El PSOE llegó al Gobierno como consecuencia del 11 de marzo. Ellos lo saben y los demás también".

 

No hay nada como ser un "ex" para decir las verdades. Hombre, José María, deberías pagar derechos de autor, ahora que están tan de moda, a Hispanidad.com, donde se lleva repitiendo eso mismo con gran éxito de crítica y público: nos han llovido los insultos.

 

Pero lo malo de la verdad es que no tiene remedio. Veamos: ZP ganó con toda legalidad las elecciones del 14 de marzo. Ahora bien, los socialistas se niegan a reconocerlo, porque a nadie le agrada gobernar gracias a una masacre colectiva de 193 asesinados. Simplemente, Aznar, cabreado por todo lo que se ha dicho de él, y por haber dejado de herencia un PP en la oposición en lugar de en Moncloa, se ha despachado a gusto desde la FAES, diciendo las palabras graves que su sucesor, Mariano Rajoy, no se atreve a pronunciar.

 

Es más, José Mari: te has quedado corto. Porque la segunda verdad enterrada, como también hemos referido en Hispanidad.com, es aún más grave. El 11-M se inauguró en el mundo una etapa siniestra, gracias al mensaje enviado por el pueblo español: el terrorismo funciona. Las canalladas generan esos síndromes de Estocolmo, en los que parece que las bombas en los cuatro trenes de Madrid las puso Aznar y que la única manera de vengarse de ello era echarse en manos de Zapatero. Además, esos síndromes logran cambiar políticas, gobiernos y mapas estratégicos. El 11-S fue terrible, pero no hubo claudicación: en el 11-M sí. Aznar no se ha atrevido a decir tal cosa por dos razones: en primer ligar porque no es tan valiente; en segundo lugar porque sería recordar aquel viejo dicho de "el pueblo se equivoca", que supuso la tumba política de Alfonso Guerra.

 

Ahora bien, la sinceridad, o media sinceridad, de José María Aznar no implica una regeneración del Partido Popular. Muy al contrario, el PP de Mariano Rajoy es, si cabe, tan centro-reformista y tecnócrata que el de Aznar. No hay regeneración posible. La tecnocracia es una carcoma que termina con cualquier asomo de principio o ideario. Todo aquel (por ejemplo, Loyola de Palacio, como ya hemos advertido en otras ocasiones) que crea en algún principio, le que sea, comienza a resulta molesto en el entorno de Mariano Rajoy, que es algo así como un funcionario ejemplar, que hace tiempo declinó la facultad de pensar en los peritos del partido (que tampoco piensan en modo alguno). Con estos mimbres, cualquier regeneración del partido está muerta antes de nacer, suponiendo que alguien desee engendrar la redicha regeneración del PP.

 

Frente a ello, está el PSOE, que se ha encontrado con un triunfo sobrevenido, así que lo único que les preocupa era encontrar un programa adecuado para aplicar. Y, naturalmente, se encontraron con el progresismo, que no es un programa político ni un programa de Gobierno, sino un conjuro, una especie de sortilegio, además tremendamente fácil de plagiar, y que en Hispanidad hemos definido como "Caca-culo, pedo-pis". O bien: "Aborto- divorcio-embriones-gays-eutanasia-los-curas-son-unos-capullos".

 

En esas estamos. Es decir, que este país necesita una regeneración, pero no del PP ni del PSOE, sino de la clase política. Es asunto más arduo y complejo.

 

Eulogio López