Es evidente que el presidente colombiano, Álvaro Uribe, tenía que romper el cerco por algún lado. Con centenares, algunos lo elevan a miles, de secuestrados en poder de la guerrilla marxista FARC, liberados en goteo, de a cuatro, de a media docena, y cada uno de esas liberaciones convertidas en un montaje a mayor gloria de la nueva tiranía: el populismo hispano, a día de hoy el peor enemigo de la libertad en el mundo hispano. De esta forma, las FARC paralizaba al Ejercito colombiano, al tiempo que lograba, una panda de asesinos especialmente cruel, el reconocimiento internacional de las democracias occidentales.
Tenía que romper el chantaje, que amenazaba como eternizarse y lo hizo cuando se le presentó la oportunidad. Bombardeo del Ejército colombiano contra una de las bases de las FARC y muerte de Raúl Reyes, el número 2, la imagen moderada de una guerrilla crudelísima, el hombre que se entrevistaba con otros majaderos, incluidos el ex director de Wall Street, Richard Grasso, con quien se fundió en un fraternal abrazo.
Aunque no sólo se reunió con él: Eduardo Zaplana, del PP, siendo presidente de la Generalitat, también quiso jugar en el tablero internacional e invitó a representantes del Gobierno colombiano y a Raúl Reyes a la capital del Turia. Señal evidente de que lo único que hay que negociar con terroristas es dónde y cuándo abandonan las armas.
Pero, naturalmente, la acción de Uribe ha servido para dejar claro que las FARC tenían un eximio representante en el populista Chávez y su santuario en el Ecuador del populista Rafael Correa, que se ha sentido indignadísimo por la incursión colombiana en su territorio, pero no por el hecho de proteger y amparar en su territorio a asesinos que matan, secuestran y torturan.
Por el mismo precio, el Gobierno colombiano ha hecho público a qué países considera "amigos" la guerrilla FARC y el ya fallecido dirigente. A saber: Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Curiosamente, los mismos que, durante la última Cumbre Iberoamericana, se unieron para tildar de "fascista" a José María Aznar -acomplejado sí, pero no fascista-. Venezuela ha sido el país hispano con el que mejores relaciones ha mantenido el Gobierno Zapatero, cuyo presidente, a instancias de José Bono, entonces ministro de Defensa, envió a su mentor, Raúl Morodo, como embajador en Caracas, y al que ha surtido de tecnología militar. ¿Qué decir de Rafael Correa, recibido en España con todos los honores y sin el menor reparo a su política, que camina hacia un nuevo Régimen, es decir, hacia una dictadura, incluso a mayor ritmo que su maestro, Chávez, pues en Venezuela le han cortado las alas. Precisamente, la muerte de Reyes le ha venido bien a Chávez, que ha enviado batallones a la frontera con Colombia: ya ha encontrado un enemigo externo ante el caos interno, marcado por el desabastecimiento interno de productos de primera necesidad. Como la dictadura argentina en Las Malvinas.
Lo mismo puede decirse de Bolivia, donde se persigue a las empresas españolas pero donde, sobre todo, Evo Morales no da tregua a los disidentes. Y de Nicaragua, que aún hoy acusa al Gobierno Aznar de haber intentado un pucherazo durante las elecciones que dieron el poder a los peligrosos sandinistas. Desconocíamos los españoles que teníamos tanto poderío.
Es urgente derrocar a Chávez. ¿Con un golpe militar? No. Con el aislamiento internacional y con el apoyo sin fisuras de la oposición, tanto interna como externa. Esta es la manera de actuar en el siglo XXI (¿O era en cualquier siglo?).
Lo del venezolano Hugo Chávez urge. Nunca como hoy resuena con más fuerza el "por qué no te callas" del Rey de España. Lo de Manuel Chaves también es doloroso, pero puede esperar.
Eulogio López
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