Quienes tienen una determinada visión del mundo, la de un progreso incompatible con la religión y menos todavía con su presencia en la esfera pública, no se detendrán en sus objetivos por las notas de prensa vaticanas.
Estamos ante una guerra de índole cultural que se libra en todo Occidente contra el catolicismo, aunque esto se niegue explícitamente y se justifiquen algunas actitudes beligerantes en nombre de la justicia. Es cierto que los adversarios de la Iglesia católica niegan estar en contra de la libertad religiosa, pero la reducen a la esfera privada en el mejor de los casos.
Un sacerdote español nos relataba recientemente esta anécdota durante una de sus estancias de París: en un día de primavera baja de su apartamento a una calle próxima, solitaria y tranquila del centro de la capital francesa, y se pone a pasear leyendo su breviario. Pero un señor de buena presencia desciende de un Mercedes y le recrimina por estar practicando una religión en un lugar público.
Un breviario no es, por tanto, un libro inocente. Si el sacerdote hubiera estado leyendo cualquier novela o un manual científico
Jesús Martínez Madrid