Me pregunto si la nueva ley de libertad religiosa dará al traste con las fiestas patronales de centenares de municipios, celebradas mayoritariamente entre agosto y septiembre, aderezadas con las ceremonias litúrgicas propias, además de actividades culturales, deportivas, procesiones y romerías.
El 15 de agosto, la Asunción de la Virgen, es una de las festividades de mayor arraigo popular entre las comunidades católicas puesto que María ha suscitado un fervor espiritual de gran calado en la fe de los pueblos. Si se retiran finalmente los crucifijos, los belenes y las imágenes de la Virgen de los colegios públicos, no extrañaría la prohibición de las manifestaciones religiosas en los espacios comunes.
Pero si no conviene enemistarse con ayuntamientos ni pueblos enteros, mucho menos conviene renegar de la mujer cuya vida llenó de sentido la existencia de millones de hombres, como portadora y dadora de la luz del Dios encarnado al mundo.
Los crucifijos molestan sólo a quienes no se sienten salvados, pero una Madre, ¿a quién puede importunar?
Isabel Planas
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