No hay más que dos debates económicos: el que enfrenta a la gran propiedad contra la pequeña y la que enfrenta al productor con el rentista.

La política económica consiste en elegir entre esas dos alternativas. De hecho, el debate más manido, el presuntamente clave, de lo público contra lo privado, de socialismo contra liberalismo, no es más que una sucia maniobra de despiste, arteramente orquestada por los poderosos para mantener entretenidos a los humildes en una controversia falsa.

La doctrina social de la Iglesia siempre ha estado, desde León XII hacia aquí con el pequeño propietario contra el grande, y, desde Tomás de Aquino hasta aquí, contra la usura, que sólo vende tiempo, y a favor de quien aporta algo, sea producto o servicio, al bien común, es decir, con trabajadores profesionales y empresarios. Digamos que si existe una figura económica católica será la de la pequeña propiedad privada. Ni socialismo ni capitalismo: distributismo, una propiedad privada pero convenientemente distribuida. Sobre todo, porque la propiedad privada que uno controla es la que posibilita la libertad individual.

Viene todo esto a cuento de que en ese esquema cristiano no cabe el salvamento de bancos. Apliquémoslo al Partido Popular. En teoría, la formación de Rajoy ganó las lecciones con una promesa estrella: la ley de emprendedores. Pero resulta que ahora no hay dinero para promocionar, que cada parado se fabrique su propia máquina de facturar. Todo el dinero, el esfuerzo y el margen de actuación se lo ha llevado el salvamento financiero, sean bancos o sea deuda pública. Por eso, leo en El Economista que "el rescate amenaza con bloquear las ayudas fiscales para emprendedores". Lógico, el Gobienro Rajoy, como casi todo Occidente, se ha empeñado en salvar al rentista, a aquel que no abre un despacho o un comercio sino que invierte sus ahorros en cualquier otro activo financiero. Les llamamos ahorradores o inversores pero es una forma falaz de adornar el término: son, en el mejor de los casos, rentistas, en el peor, especuladores, generalmente ambas cosas a la vez. Pero si dedicamos los recursos a salvar a todos los inversores en preferentes de Bankia o en cédulas CAM, pues resulta que las cuentas del Estado no salen y, con tanto saneamiento bancario, no queda dinero para promocionar al emprendedor y al pequeño propietario que, no nos engañemos, son los únicos que pueden sacarnos de la crisis…, además de los únicos hombres libres.

Eulogio López

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