Rafael Correa, presidente de Ecuador desde que ganó las elecciones en 2007 con un 57% de los votos, está visitando Europa en busca de alianzas financieras que hagan posible su anhelo de sacar adelante su país sin destruir irremisiblemente la maravillosa naturaleza que alberga.
Y me gustaría aprovechar la ocasión de que va a llegar este sábado a Murcia, donde grabará el programa televisivo semanal en el que se dirige a los ecuatorianos para dar cuenta de su trabajo y sus preocupaciones, para que los lectores de su periódico tengan un punto de vista sobre este político -y lo que representa- distinto del que en ocasiones se manifiesta desde nuestros medios de comunicación. Me presento: soy un español al borde de la cincuentena que por razones sentimentales emigró hace tres décadas a Italia. He trabajado fundamentalmente en cooperación y tenido la fortuna de vivir en Ecuador estos últimos 12 años, salpicados, eso sí, de visitas a mi familia, actualmente en Zarautz (Gipuzkoa), y a mis amigos en el pueblo que me vio nacer, Markina (Bizkaia).
Un periodo de mi vida, este último, que me ha dejado una convicción muy arraigada. Sin haber sido nunca yo un hombre ideologizado o interesado en la política, ni menos aún, una persona que tenga clara su filiación política, tengo una opinión nítida sobre Rafael Correa, cuya actuación y evolución llevo siguiendo con atención desde hace muchos años.
Veo a Correa muy alejado del perfil de caudillo populista, demagogo y poco o nada conveniente para su país que -me da la impresión- se trasmite en los medios de comunicación españoles. Porque Rafael Correa es un líder eficiente y muy necesario en Ecuador, tan amado y respetado por su pueblo, por la gente normal, como odiado y vilipendiado por las élites económicas y los centros de decisión que convirtieron del país en uno de los más pobres de Latinoamérica. La dignidad está volviendo al pueblo ecuatoriano, antes pisado y humillado hasta lo inhumano; la economía mejora poco a poco; la justicia es más cercana a la gente de a pie y la corrupción decrece; se protegen los recursos naturales buscando un desarrollo sostenible; hay un servicio de salud público que funciona y la educación ha mejorado decisivamente y llega a más capas de la población; se han construido más de 8.000 kilómetros de carreteras de cemento y puentes para mejorar la logística y las comunicaciones viarias; se han implantado nuevos sistemas de regadío con lo que grandes extensiones anteriormente yermas ahora son cultivables; se protege el agua y la población tiene hoy un mayor acceso a este bien imprescindible.
Y, termino, Rafael Correa está consiguiendo (de modo estrictamente democrático y pese a la estrategia de acoso y derribo -basada en el control de los medios de comunicación- desplegada por las élites que sueñan con restaurar el anterior régimen que les concedía privilegios sin fin) una cosa fundamental: que el pueblo recupere la autoestima, el orgullo de ser ecuatoriano y la confianza en la situación económica, que está mejorando y que esta mejora, por vez primera en la historia del país, beneficia a la gente común, a todo el mundo, y no solo a los de siempre.
Patxi Mackle Larrinaga