Sr. Director:
Su estrategia es culpabilizar a los trabajadores de su propia ineptitud ante la crisis financiera.

 

Y como castigo les aplican recortes en los derechos adquiridos, en forma de reformas laborales. Con una extraordinaria cobardía a la hora de afrontar las verdaderas causas de la perdida de empleo. Su falta de autocrítica fomenta y amplia la incompetencia empresarial frente a otras economías europeas, tratando a los trabajadores, como si fueran seres inferiores sin capacidad de razonar.

Nuestros empresarios tienen una cualificación pésima, no pueden competir con empresarios europeos, ni en mercados europeos. A diferencia de nuestros trabajadores, que tienen una cualificación que pueden trabajar en cualquier país europeo.

Nuestros empresarios y políticos tienen una formación penosa, porque no son capaces de crear el tejido empresarial para que no exista esa fuga de mano de obra especializada al extranjero. Creando riqueza fuera de nuestro país y ampliando la desventaja con el nuestro.

¿De que le sirven a los empresarios tantos estudios en empresariales, si todo lo arreglan recortando derechos a los trabajadores?, eso lo puede hacer cualquier inepto sin escrúpulos.

Solo abonando la diferencia de dos meses de salario entre un trabajador alemán y uno español, el empresario español, ya tiene compensado los costes de despido de 45 días por año, ya que en Europa el salario dobla el nuestro. Es como si al trabajador alemán, cobrando nuestro salario, le pagasen 320 días de despido por año trabajado. Hay que ser zoquetes y ruines para proponer una rebaja del despido y a su vez, no proponer un aumento de salarios.

Al rebajar los costes del trabajador se fomenta la incapacidad empresarial, la corrupción y el soborno, porque necesitan menos conocimientos, formación, estudios y carreras en empresariales para dirigir una empresa. Poniendo a su servicio una legión de esclavos "para lo que el amo disponga".

Buenos salarios, activan el consumo y la producción. Bajos salarios, activan la crisis y la recesión.

Desde hace más de 30 años, la deslocalización de empresas nacionales al mundo menos desarrollado, aboca al cierre de empresas locales y nacionales por no poder competir con sus costes de producción. Así en lugar de solucionar los desajustes en el comercio internacional pagando tasas en las aduanas, los empresarios con menos escrúpulos no los más cualificados, se aprovechan buscando lugares con mano de obra más esclavizada.

La falta de crédito a las pequeñas y medianas empresas afianza la apropiación del mercado por las multinacionales más poderosas. Sin embargo, estas no mueven un dedo por hacer boicot a sus productos que se fabrican fuera.

Más competitividad significa competir con China o la India en un régimen laboral esclavista. El modelo laboral futuro, que pretenden con la "competitividad", es el mismo que en los países sin cobertura social.

La innovación en occidente tiene un periodo de vigencia, hasta que la competencia asiática saque una copia del producto mas barata. Con las nuevas tecnologías, la copia se realiza antes de que haya concluido el proyecto original. Apropiándose de los mercados nacionales y locales a velocidad vertiginosa.

Durante el boom urbanístico no tuvimos un crecimiento de salarios proporcional a los beneficios de los constructores y banqueros. Ahora nos piden sacrificios y recortes. En época de vacas gordas, nos regatean las subidas, y en época de vacas flacas, los pobres hemos de soportar los peores sacrificios.

Y mientras todo esto ocurre, el clero católico: guardián de la moral; como todos los cleros, permanecen callados para no molestar a su Dios el capitalismo, que tan bien los trata; preservando sus privilegios y subvenciones, que al pueblo, tan caro cuesta: desahucios, desestructuración familiar, colas en paro, alcoholismo, indigencia, suicidios, chabolismo, comercios cerrados, dramas familiares.

Es hora de un cambio de paradigma espiritual y social, en la que el trabador despierte y participe a partes iguales en los beneficios que generan las empresas en las que trabajan. Evitando que las 300 familias más ricas del mundo acaparen el 40 % de la riqueza mundial, y otras tantas, a su imagen y semejanza, se disputen el resto.

Antonio Cánaves Martín