Esta no es la sociedad de las conspiraciones -a pesar de que abundan los partidarios de las mismas- sino de los consensos, que son mucho más peligrosos.

Por ejemplo, a pesar de la sana resistencia inicial en Estados Unidos, y por ende en todo el mundo, se está imponiendo la lamentabilísima idea de que el plan Bush es doloroso, pero ineludible. Flota en el ambiente consensual ese determinismo fatalista, tan propio de la progresía actual, la que controla el cotarro, que actúa siempre como hipnotizada por la serpiente antes de ser engullida por ella. La serpiente, no necesito decirlo, son los millonarios dedicados a la especulación, y los plutócratas acaban convenciendo a nuestro progre de que el trabajo de sacarles las castañas del fuego es duro, pero alguien tiene que hacerlo: él.

Pues bien, el tal consenso ha dictaminado que los activos tóxicos, es decir, las estafas permanentes de los intermediarios financieros en favor de sus dueños, los millonarios, deben ser pagadas por todos los contribuyentes.

No por favorecer a los ricos, qué va, lo hacen por nosotros, porque si se deja quebrar a los bancos que están en quiebra -o sea si somos sinceros y hacemos lo que hay que hacer- entonces los afectados serían multitud de ahorradores  partícipes de fondos de pensión y de inversión. ¡Qué Dios nos asista!, clama el caradura de Henry Paulson, secretario del Tesoro y hombre proveniente de Goldman Sachs, uno de los bancos de inversión donde se generó la especulación incendiaria que ha sido la causante de la crisis de todo el sistema financiero mundial.

Ahora bien, ¿qué es un ahorrador o un inversor directo en Bolsa, o un partícipe de fondos de inversión o de pensiones? Pues, que yo sepa, es un señor que, ojo, una vez cubiertas sus necesidades primarias, aún le sobra para rentabilizar sus ahorros, y no lo hace ampliando su negocio o su despacho, tampoco comprando su residencia habitual, sino invirtiendo en Bolsa, o cediendo sus ahorros al presunto experto, intermediario, para que se los invierta. Sí, éste es más culpable que el propietario, pero eso no convierte al ahorrador en el paupérrimo habitante del África Negra que se levanta buscando la incierta comida del día.

En cualquier caso, ese ahorrador confió en un intermediario y falló: ¿Acaso no ocurre eso todos los días en otros ámbitos el mundo económico? ¿Por qué las finanzas  iban a tener un tratamiento especial? ¿Por qué trabajan con el dinero de los demás? Pues precisamente por eso, sus gestores e instituciones deben sufrir una vigilancia mucho más rigurosa. Veámoslo de otra forma: ¿En qué se diferencia un empresario de un financiero? Un empresario es el que produce algo para la sociedad, un financiero es el que compra y vende, y cuando ni tan siquiera ayuda al empresario o al individuo ha dejado de cooperar al bien común y se convierte en un especulador, alguien perfectamente suprimible del esquema productivo, al igual que su actividad. ¿Por qué entonces, cuando un empresario quiebra nadie le ayuda mientras que ahora tenemos que acudir todos en defensa del banquero especulador, por ejemplo, en socorro de los bancos de inversión? Para Estados Unidos es mucho más grave el desastre que vive la General Motors que el que afronta Morgan Stanley. La diferencia es que GM sólo puede chantajear a sus accionistas mientras que Morgan nos chantajea a todos.

En cualquier caso, hay sistema de garantías para los pequeños ahorradores, como el puesto en marcha en España: el Fondo de Garantía de Depósitos, y en último término el Estado, garantiza a los depositantes 20.000 euros de sus ahorros.

Por tanto, no se trata de comprar activos tóxicos, sino de que los bancos que se han dedicado a la especulación quiebren. No estamos ante una crisis del capitalismo, sino del capitalismo financiero, cuya codicia especulativa ha degenerado en la gran estafa. Pero eso no se arregla comprando los famosos activos tóxicos con cargo al erario público, porque, entones, pasado mañana, volverán a generarse activos tóxicos. Se trata de prohibir la especulación o de freírlas a impuestos. Y los especuladores al paro.    

Otra razón en favor del plan Bush y del salvamento de bancos especuladores con dinero de todos, consiste en afirmar que, por efecto de la globalización y de la falta de liquidez, las empresas están echando gente al paro. Esto es cierto, ahora bien, la solución no es la de Bush, que ampliará la burbuja especulativa, sino la vuelta a la financiación clásica de empresas, la del señor Ford, que para crear sus cadena de montaje realizaba continuas ampliaciones de capital, que luego remuneraba mediante dividendo. El mercado primario es lo más noble de la banca corporativa. Incluso admito que el mercado secundario es necesario para otorgar algo de liquidez, pero eso no tiene nada que ver con las compras a la baja, el capital-riesgo, los derivados y la titulizaciones, es decir, las cuatro actividades especulativas de moda, que siempre dañan a la empresa y a la sociedad y benefician al intermediario.

Y no basta con la transparencia, porque el cinismo cunde cuando se habla de dinero. De entrada, hay que prohibir actividades -la SEC ha empezado con la compra a la baja- y aquéllas que no se puedan -cómo prohibir el capital riesgo- pues se las fríe a impuestos hasta desanimar al especulador.

Lo que ahora pretende Bush es -con la aquiescencia más o menos completa de republicanos y demócratas- premiar al delincuente con un indulto y permitir que siga delinquiendo en el futuro.

Y lo hará. Porque cuenta con consenso. Y ojo, esto no supondrá el final del capitalismo, porque precisamente a quien refuerza es al capitalista, en detrimento del asalariado y del profesional y del pequeño empresario, esos que en verdad crean riqueza. Lo que sí puede ser es el final del liberalismo, de la propiedad privada dilapidada por el Estado en pagar activos tóxicos y de la libertad e iniciativa, basada en un principio aún más noble: la igualdad de oportunidades.

Porque el plan Bush protege no al que trabaja con dinero propio, sino al que trabaja con el dinero de los demás, es decir, al jeta, al financiero, al especulador.

¿Cuál es la alternativa? ¡Que quiebren! Y que vuelva a empezar, no el sistema productivo, sino la sección especulativa del sistema financiero, que no es lo mismo.

Los hay que nunca compran acciones en Bolsa y aplican sus ahorros a su residencia familiar a su trabajo, a su pequeño negocio o al consumo extraordinario, por ejemplo, la educación de sus hijos o a tareas humanitarias y que, si aún le sobra algún ahorrillo abre un IPF en la sucursal de la esquina, sin mayores ambiciones.

Y hay grandes empresas que, si ganan mucho dinero, lo dedican a mejorar la calidad del servicio al cliente, a mejorar las condicione laborales de sus trabajadores y a repartir el más amplio dividendo posible entre sus accionistas, además de aumentar su inversión con fondos propios y crear más puestos de trabajo. Y si alguna vez tiene una punta de tesorería no se dedican a comprar bonos estructurados radicados por HSBC o Merrill Lynch en un paraíso fiscal.

Y tantos los unos como las otras, no sólo sobreviven sino que son los que aportan algo al bien común. El especulador, desde luego, no, sólo es un parásito de ese bien común. Por eso, tanto a esos emprendedores como a esas empresas lo único que les fastidia es que venga una señor llamado Bush y les obligue a pagar los destrozos de unos mercados financieros de los que no se han beneficiado pero que, eso sí, le han fastidiado con ganas.

¡Que quiebren, como cualquier empresa!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com