Tras un largo periodo de dudas y después de una profunda reflexión y un meditado análisis he llegado a la firme convicción que soy un vago, ladrón y expoliador del pueblo catalán.
De poco o nada sirve que al comprar una botella de agua mineral de Lanjarón (pueblo granadino) el IVA se vaya directamente a Cataluña; lo mismo ocurre en el caso de adquirir un coche cuya firma tenga su sede en territorio catalán, independientemente si ha sido fabricado en Cataluña o fuera de ella, o que el IVA del recibo de aguas de Granada capital, al ser gestionado por una empresa catalana, el consabido impuesto se marche a una lejana "embajada catalana" en un recóndito país extranjero.
Dejaré de citar ejemplos por motivos de espacio y por no acabar con la paciencia del lector. Pero lo que de verdad no acabo de entender: ¿en qué he podido contravenir al evangelio catalán?, cuando la Iglesia y sus dignatarios, independientemente del lugar donde prediquen, siempre desde los púlpitos y fuera de ellos, han manifestado por activa pasiva o perifrástica su apoyo y solidaridad con los pecadores, débiles e indefensos.
Manuel Villena Lázaro