Pero la parte emocionante vino al final. En su defensa, el juez Ferrín señaló que la judicatura lo era todo para él, su vocación, su vida. No sé hacer otra cosa. No obstante, agradece al presidente la sala el calvario judicial por el que ha pasado porque se había dado cuenta de que se había centrado demasiado en el trabajo olvidando que lo más importante era Dios y su familia. No sólo eso, sino que añade que si finalmente es declarado culpable e injustamente apartado de la carrera judicial, Dios le dará otro trabajo.
Por último, el juez Ferrín se suma a lo manifestado por el juez Carlos Dívar, presidente del CGPJ. Dívar se reconoce católico y considera que no existe incompatibilidad entre una cosa y otra, pero que en caso de que exista tal discrepancia, dará prioridad a su fé. Me adhiero a lo que dice Dívar. Alucinante. ¡Gracias, D. Fernando por su testimonio!
Finalmente, el abogado defensor del juez Ferrín, Javier Pérez-Roldán, señaló en su alegato final que lo que estaba en juego en el asunto Ferrín era la independencia judicial y la separación de poderes. En este caso se ha puesto de manifiesto que un juez cualquiera de un juzgado cualquiera es el verdadero garante del Estado de derecho; el Gobierno no tiene presunción de legalidad; quien garantiza la legalidad y la constitucionalidad es el juez. Increíble broche de oro. Porque, efectivamente, el Gobierno puede tener tentación de abusar. Es el juez, por poca cosa que parezca, por muy remoto que sea su juzgado, quien garantiza y asegura el Estado de derecho. Fenomenal lección. Ya sólo queda que el final sea feliz. Y comieron perdices...