Me parece excelente que al rijoso Berlusconi le den  para el pelo. Por cierto, que para demostrar su neutralidad moral, los mercados financieros italianos no se han hecho eco del lascivo -más real que presunto- comportamiento de su primer ministro: las finanzas italianas marchan igual de mal que antes, las multinacionales italianas de madre y Tele 5 propiedad personal, que no institucional, de don Silvio, a toda vela.

Entrando en el asunto, y no conviene entrar demasiado, ciertamente,  escucho a Carlos Herrera, en Onda Cero, llevarse las manos a la cabeza ante la obsesión de don Silvio por mantenerse en el cargo: ¿Cómo va a sentarse alguien al lado de Berlusconi en el Consejo Europeo? Pues con mucho estilo don Carlos, porque el escándalo viene de atrás y hace dos semanas que se reunieron los líderes europeos, y pudimos ver a Angela Merkel charlar con el trasalpino sin ninguna referencia a su mal olor ni nada similar. Al menos, no me pareció.

Vamos con el sumario, el judicial, me refiero. Se le acusa de abuso de poder y de prostitución de menores, por acostarse con chicas de 17 años. Pero se le acusa, por ejemplo, desde España, donde a partir de los trece años ya no se habla de corrupción de menores porque se entiende que son libremente consentidas, donde enseñamos a los niños a practicar el sexo (eso sí, con talante por detrás y por delante) y donde se puede abortar a partir de los 16 años.

Se me dirá que lo reprochable estriba en que se trataba de sexo pagado. Ahora bien, o volvemos a la doctrina sexual de la Iglesia, al sexto o noveno mandamiento, que liga el sexo al compromiso, a la fidelidad y a la procreación o acabamos en el amigo Engels. Del amigo Federico sabemos que el matrimonio es una forma de explotación de la mujer pero en la prostitución la susodicha recibe una contraprestación por ceder su cuerpo.

¿Abuso de poder? Por supuesto que hay abuso de poder. No hay nada más repugnante que un ser abusando de otro ser gracias a una preeminencia, jerárquica, económica y cultural. Ahora bien, nadie, según la ética progre (una contradicción in terminis, lo sé), la de quienes pretenden legalizar la prostitución, el grupo PRISA, sin ir más lejos, Berlusconi pagó con generosidad los servicios de las menores -incluidos los de las mayores-, por lo que nada debería achacársele, y las chicas acudieron al bunga-bunga sin ser forzadas, con entera libertad.

En resumen, don Silvio ha puesto en solfa la contradicción progre. El cristianismo y la llamada moral tradicional, es decir, la única moral existente, decreta que si separamos el sexo del amor y de la entrega, se pervierte. Entre un hombre y una mujer que yacen juntos se establece una relación tan relevante con la que no se puede jugar. Legalizar la inmoralidad no sólo provoca un problema moral: provoca un problema legal. Espero anhelante el fallo judicial al respecto.

Pero lo importante, lo verdaderamente importante, es que la deuda italiana no ha sufrido por ello. Naturalmente.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com