En una España en la que las mayorías absolutas parecían cosa del pasado, en la que la fidelidad ideológica de los electores todavía persiste, el avance del centroderecha se produce, ciertamente porque estamos inmersos en una grave crisis, pero también porque se le atribuye la capacidad de sacarnos de ella.
Las primeras manifestaciones de Mariano Rajoy han ido dirigidas en la buena dirección y han estado a la altura de esa confianza que se ha depositado en él.
Ha asegurado que quiere gobernar con todos y que tenemos por delante mucho trabajo para que España vuelva a ser la gran nación que fue.
Urge superar el sectarismo que nos ha dejado esta etapa de gobierno socialista. La debacle del PSOE y el avance de UPyD y de Izquierda Unida se explican porque una gran parte de la izquierda ha tomado conciencia de la inconsistencia de Zapatero.
Nos ha dejado cinco millones de parados, a los amigos de ETA con grupo parlamentario en el Congreso, y una España dividida.
Pienso que esa nueva izquierda que ha salido de las urnas cometería un grave error si volviera a dejarse llevar por la demagogia y no arrimara el hombre para salir de la difícil situación en la que estamos.