El Príncipe Felipe ha cumplido 35 años pero, si reparamos en sus declaraciones, parece que tuviera 15. Al parecer, pretende que sean los españoles quienes estén pendientes de él, cuando debería ocurrir justo lo contrario.
A lo mejor podía darse cuenta de que su matrimonio no le afecta sólo a él, o de que la arrogancia, el carácter huraño y hasta la grosería, que manifiesta en el trato, no es un síntoma de modernidad.
En tal caso, de inmadurez. Por ejemplo, debería ser consciente de que la continuidad de la Monarquía sólo es posible si se cumple al menos uno de estos dos requisitos: que sea útil a los españoles (una probabilidad cada vez más estrecha) o que resulte para los españoles un modelo a seguir, que no deja de ser algo parecido a que les resulte simpático.