Sr. Director:
Un día, un empresario cuyo único y fanático afán era el de recopilar números suspensivos de ceros, tuvo que pasar por el tubo y aprender a prescindir.

 

Su mando brusco y sin control había superado las fáciles batallas que hasta entonces aparecieron ante su torpe competencia. Todo parecía alborotado menos aquello que estaba fuera de su control.

La edad y su mala época de gananciales argumentaban su desafiante y distante desconfianza allá por donde creía llegar  la superflua  supervisión. El ansia de inspección, junto al grado superlativo de suspicacia, provocó la "recursiva llamada" al mejor de los auditores para que revisara a golpe de vista sus hechos y sacara a la luz todas las taras que tenía como empresario, además de su ceguera como vigilante.  

Los empleados, al saber que serían seriamente auditados, cayeron en la torpeza de remendar a deshoras, y en pedazos, aquello que daba espacio al progreso y estaba mal hecho desde siempre.

El resultado fue de desastre. El margen de mejora era más que amplio, enorme, titánico.

A partir de ese día, como el empresario no modificaría su conducta fácilmente, sus empleados, menos uno, cambiaron la suya frente a él.

Le preguntaban todo y a destiempo, le hacían partícipe de sus tareas, le regalaban sonrisas azucaradas con hipócrita sacarina, le asentían a todo y negaban a nada.

La amable pedantería descubría a quien sin compromiso temía por su descarte.

El empresario, poco a poco fue creciendo en confianza ante sus empleados. El cambio hacia él, modificó de raíz el temperamento de todos menos el de "uno", que persistía haciendo lo de siempre. Volvieron tiempos de bonanza y con ello el desquite de la duda y el temor de los mimetizados empleados hasta que de nuevo, y de forma contundente e inesperada, invadió una crisis económica tan grave que todos los negocios fueron heridos y salvados unos cuantos.

Por primera vez en su vida, el empresario apresado por la cruel economía  del momento, tenía que echar mano al hacha para echar sin escrúpulos ni hechos a parte de su plantilla.

Sin saber diagnosticar a sus empleados, ni pensar, llegó a la decisión de desechar a quienes llevaban menos tiempo con él.

Una vez llevada con precisión las rescisiones de los contratos, los resultados de sus empresas empeoraron.

Meditó si su última decisión fue acertada. En un paseo superficial, de esos presenciales, se topó con aquel uno que competía con constancia y nunca variaba en conducta. Por primera vez también, la improvisación se le abalanzó de golpe y le llevó a preguntarle: ¿usted cree que he hecho bien echando a quienes llevaban menos tiempo con nosotros?...

El trabajador le contestó: -"Si echa por hechos es deshecho pero si echa a capricho de hacha le faltarán haches a los hechos".

Usted verá lo que hache o lo que ha hecho…-

Óscar Molero Espinosa