El presidente de la Convención europea y ex presidente francés, Giscard d'Estaing, acudió la semana pasada a Estambul a la reunión celebrada por el Partido Popular Europeo. Habló de la necesidad de que la Unión Europea se rija por criterios de transparencia y de que los políticos se muestren cercanos a los ciudadanos.

El discurso tenía mucho sentido habida cuenta de que la abstención en las últimas elecciones europeas superó el 50 por ciento. Es decir, la eurociudadanía se siente muy lejana de los europolíticos y desconfía de ellos. La burocracia entendió el mensaje, pero prefirió operar en huida hacia adelante: "Los ciudadanos nos han dicho que quieren un marco jurídico-político estable y por eso vamos a avanzar en el tratado constitucional". La maldita tentación política de malinterpretar la voz del ciudadano.

Y así fue como los euroburócratas cerraron sus diferencias en torno a la Constitución Europea. A las 11 de la noche del viernes 25 de junio el acuerdo estaba empantanado. A las 12 se había alcanzado el consenso. Voilá. El eje franco-alemán aplicó el rodillo.

Pero es que, además, se les olvidó encima de la mesa la única petición oficial realizada en torno a la Constitución Europea. Un millón doscientos mil europeos sellaron una demanda en la que solicitaban una mención explícita del cristianismo en el preámbulo de la Constitución Europea. La petición formal descansa en la sede del Parlamento Europeo desde hace un mes sin que ningún euroburócrata haya dado un solo paso en su respuesta. O sea, lo de la cercanía con los ciudadanos.

La petición formal no es sólo la única existente en torno a la Constitución Europea, sino que se trata del mayor movimiento social jamás producido en la historia europea. Y, sin embargo, ha sido silenciado por las terminales mediáticas del stablishment. Además del millón de ciudadanos individuales, diversas asociaciones que representaban a más de 50 millones de europeos se han sumado a la petición. Giscard sigue lanzando discursos sobre la necesaria cercanía con los ciudadanos, pero continúa sin predicar con el ejemplo. ¿Por qué? Quizás -como afirmó el historiador Luis Suárez- porque su pertenencia al grado 33 de la francmasonería se lo impide.