En la misma línea, el primer Papa que en 2.000, año de historia, entró en una sinagoga.
En otra ocasión se celebró en El Vaticano una función ecuménica con motivo del aniversario de Santa Brígida de Suecia, ofició -no la Eucaristía, ojo, sino una función de la palabra- junto a los primados de Suecia y Finlandia. Más tarde, uno de ellos con nórdica socarronería, le preguntó si el hecho de haber estado junto a él, en el altar, no podría entenderse como que el Papa aceptaba sus ordenaciones episcopales. A lo que don Karol, sin perder un momento, respondió. "No, yo creo que lo que va a entender es que, si habían oficiado a mi lado los primados de Suecia y Finlandia, ambos aceptaban el primado del Papa".
Pero nada coloca en sus justos términos el escándalo ecuménico como la máxima del propio Juan Pablo II: "Primero la unión afectiva, luego la efectiva". El ecumenismo no es una cuestión doctrinal sino de puñetera soberbia, feo vicio muy presente en la raza denominada humana, desde unos tales Adán y Eva.
Eulogio López
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