Con la presencia de Piero Marini, presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, y del arzobispo de Valladolid, Braulio Rodríguez, se ha celebrado en Madrid un seminario sobre ecumenismo y liturgia. Bello concepto éste de ecumenismo, que parece llenar la información religiosa desde hace 20 siglos. "Estamos juntos para rezar, pero no rezamos juntos". La frase es de Juan Pablo II, a cuento de la famosa reunión de líderes religiosos en Asís, convocada por el Papa polaco para rezar por la paz. La polvareda levantada por los inquisidores de turno (aquí sí, inquisidores, que son los que juzgan, no a los paganos, sino a los cristianos) criticando a Wojtyla, que el polaco, siempre risueño, aclaró: "por poco me excomulgan".

En la misma línea, el primer Papa que en 2.000, año de historia, entró en una sinagoga.

En otra ocasión se celebró en El Vaticano una función ecuménica con motivo del aniversario de Santa Brígida de Suecia, ofició -no la Eucaristía, ojo, sino una función de la palabra- junto a los primados de Suecia y Finlandia. Más tarde, uno de ellos con nórdica socarronería, le preguntó si el hecho de haber estado junto a él, en el altar, no podría entenderse como que el Papa aceptaba sus ordenaciones episcopales. A lo que don Karol, sin perder un momento, respondió. "No, yo creo que lo que va a entender es que, si habían oficiado a mi lado los primados de Suecia y Finlandia, ambos aceptaban el primado del Papa".

Pero nada coloca en sus justos términos el escándalo ecuménico como la máxima del propio Juan Pablo II: "Primero la unión afectiva, luego la efectiva". El ecumenismo no es una cuestión doctrinal sino de puñetera soberbia, feo vicio muy presente en la raza denominada humana, desde unos tales Adán y Eva.

Eulogio López

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