La vida de Stefano Magolli siempre había estado marcada por el ambiente único de su Roma natal, donde cada piedra, cada esquina, es un recordatorio del Cristianismo o del paganismo cristianizado. Algunos también añaden que del cristianismo paganizado, pero dejemos ese capítulo.
Es un ambiente que, cuando se mama, es menos propicio a la conversión que a la rutina. "Roma veduta, fede perduta", asegura el tristísimo cinismo clerical que, como todo cinismo, alberga gramos de verdad y kilos de mentira.
Por lo demás, Stefano era la historia misma de la modernidad. Había vivido el siglo XX en todas sus manifestaciones. Hijo de padre fascista y madre que dio en partisana, había luchado en la II Guerra Mundial, donde, casi por casualidad, terminó en el lado vencedor. No tenía que haber sido así, pero así fue.
Criado en el totalitarismo se hizo rico en la democracia y, superado su precario romanticismo juvenil, se dedicó a medrar en los negocios y en la política, que en Italia no son dos actividades paralelas sino una sola. Con esos mimbres, consiguió serle infiel a su mujer, a sus mujeres, a sus hijos, a sus amigos, a Italia en nombre de los accionistas y a los accionistas en nombre de Italia. De Cristo no se ocupó ni se preocupó. Como buen romano se sentía capaz de ser desleal a todo el mundo, empezando por el Papa, pero, en cualquier caso, Dios podía esperar.
El problema es que empezó a envejecer, es decir, a contemplar la muerte como algo más probable que posible. Su última esposa que por edad –sobre todo por la edad del señor Magolli- parecía la definitiva, tenía una obsesión:
-Quiero ir a Cracovia.
-¿Y eso dónde está? –preguntó un esposo sorprendido.
-Está en Polonia. Y en Cracovia está el santuario de la Divina Misericordia.
-¿Qué es eso de la Divina Misericordia? –inquirió un marido cada vez más asombrado.
-Esto –y le entregó una estampa, en la que aparecía la figura del Jesucristo con dos haces, uno blanco, el otro rojo, que a Stefano le recordó la vieja imagen del Sagrado Corazón que había visto en las manos de su abuela.
-¿Le has comprado esta imagen a los chinos?
Su esposa, Ángela, ignoró el comentario:
-El haz de luz roja representa la sangre redentora de Cristo; el otro, el blanquiazul, se refiere al agua bautismal. Y ambos significan que vivimos en la era de la misericordia de Dios con el hombre, previa la hora de su justicia.
-Y todo eso, ¿qué tiene que ver con Polonia?
-En Polonia, vivía Faustina Kowalska, la religiosa a quien Cristo ordenó pintar ese cuadro.
-Pues no hizo una obra de arte precisamente.
-No se trata del valor artístico del cuadro sino de las gracias que se trasmiten a través de él. Fue en Polonia donde Cristo se apareció a esa joven religiosa para pedir a la humanidad que confiara en su misericordia.
-¿Se apareció? ¡Ya empezamos! Oye ángel, ¿por qué en el cine todo pasa en Nueva York y las apariciones sólo les ocurren a curas y monjas?
-A lo mejor porque es en Nueva York donde más películas se ruedan y en los conventos donde más se reza –replicó, un poco harta, la esposa de Stefano.
-Estábamos en que querías viajar a Polonia.
-A Cracovia, para ser exactos, al Santuario de la Divina Misericordia, donde está enterrada sor Faustina.
-¿Y no podría esperarte yo aquí, en Roma?
-Podrías acompañarme: es lo mínimo que me debes y lo mínimo que te debes.
-¡Yo no te debo nada! –aulló Stefano, una de cuyas máximas era esa tan bonita del "yo no le debo nada a nadie".
Su esposa no se inmutó:
-Claro que me lo debes. Por de pronto, me lo debes por la confianza traicionada, la que yo deposité en ti el día en que nos comprometimos, aunque fuera ante un triste juez.
-Un matrimonio tan válido como el realizado ante un cura. Eres abogada, deberías valorarlo.
-Una cosa es hablar como jurista y otra hablar con justicia. Fuera nuestro matrimonio civil o religioso, la cuestión es que te comprometiste conmigo y no has hecho otra cosa que faltar a ese compromiso. Yo confié en ti y tú has faltado a esa confianza.
-Y, pese a ello, has continuado a mi lado.
-Pese a ello, sí, porque no quería traicionar tu confianza en mí, no quería ser como tú. Cuando traicionas la confianza que alguien ha depositado en ti, o cuando no confías en nadie, estás dejando de Ser persona. Ese es el mensaje de la Divina Misericordia, Stefano: confiar en la palabra de Cristo, el que nunca traiciona. Es decir, las cuatro palabras del retrato: Jesús, en ti confío.
Stefano se había tranquilizado:
-La vida me ha enseñado a no confiar en ningún hombre, Ángela. Mucho menos en un Dios al que no puedo ver.
-La verdad es que no es así, para sobrevivir durante la guerra y medrar en la postguerra te viste obligado a confiar en mucha gente. Nadie puede vivir sin confiar. Ahora te falta confiar en Dios y en mí. Y cuanto más viejos somos, Stefano, más necesitamos confiar en Él.
-Y tú, Ángela, ¿confías en mí, a pesar de todas las veces que te he traicionado?
-Confío más en la misericordia de quien nunca traiciona.
Y Stefano no viajó hasta Cracovia, pero la palabra confianza se había metido en él. Confianza en la misericordia divina, entre otras cosas porque comprendió que la hora de la confianza precede a la hora de la justicia. Y tan real era la una como la otra.
Stefano Magolli podía haber vivido al margen de Dios pero no era tan tonto como para no darse cuenta de que en el aire flotaba un hedor que, antes o después, acabaría por estallar.
No, su mujer se marchó sola a Cracovia pero Stefano comenzó a vivir entre el temor y el amor. No se había convertido pero ahora veía las cosas más clara. En su vida, había sentido miedo muchas veces pero ahora sabía a qué debía sentir miedo: a la soledad, que es la otra cara de la desconfianza… porque no es bueno que el hombre esté solo.
Era el 15 de abril de 2011, segundo domingo de Pascua, Fiesta de La Divina Misericordia, y todo estaba en orden.
Eulogio López
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