En un cine madrileño, justo antes de la proyectar El Prisionero de Azkaban, me obligan a contemplar dos "trailers" de Mar Adentro, una película que aparece bien construida, como casi todo lo que hace el amigo Alejandro Amenábar. Un tipo tan serio como peligroso, tan profesional como atormentado. Otro brillante agonías, vaya.
En definitiva, la peli cuenta la historia de Manuel Sampedro, el suicida que los partidarios de la eutanasia han convertido en su ídolo y, sobre todo, en su estandarte. Un gallego tetrapléjico empeñado en morir que, al final, se salió con la suya, con la complicidad de alguien que la justicia no se ha preocupado en investigar, pues no resultaría políticamente correcto.
Ahora bien, me temo que lo he dicho mal. Sampedro no es un suicida sino un "eutanasiado". Que no es exactamente lo mismo. El suicidio es el peor de los homicidios, decía el gran Chesterton, pero creo que se quedó corto: la eutanasia es peor, porque no sólo implica el supremo desprecio a la vida sino que complica la vida a un tercero. El suicida se mata él solito: el "eutanásico" compromete a un cómplice, el eutanasiante, sea médico o familiar, dispuesto a jugar a filántropo (¡Dios nos libre de los filántropos!). Los partidarios de la eutanasia son suicidas que, además, hacen propaganda de la muerte. Necesitan de un verdugo compasivo (o sea, medio lelo) que les haga el juego. En el entretanto, en la peli, digo, Bardem exhibe una sonrisa queda, melancólica, sufrida, sabia.
Desconozco si Sampedro era así: lo que sí sé es que su sufrimiento era compatible con un desprecio olímpico a quien no pensara como él. Por ejemplo, a otro tetrapléjico, el sacerdote Luis de Moya, a quien un accidente de tráfico pegó a una silla de ruedas de por vida. Pero Moya no entonó el réclame del dolor: se sobrepuso y se ha mostrado dispuesto a aprovechar la vida hasta el final. La gente sensata no desprecia los regalos, y la vida, disminuida o no, es el mejor de esos regalos. Sampedro, digo, se negó a recibir a Moya, que se hizo llevar hasta Galicia para hablar con él, convencido de que podía animarle a vivir su vida, y vivirla de forma plena, feliz.
Simplemente, no le recibió porque era un adversario, y Sampedro no admitía debates, sólo hacer su santa voluntad. Sampedro es famoso, porque fue lo suficientemente cobarde como para forzar (menudo chantaje emocional) a un próximo para que se lo cargara. Moya ha tenido la valentía de seguir viviendo e incluso de aprovechar la vida. Pero Moya no es un personaje mediático. Si se trata de elegir entre la vida y la muerte, está claro a quien prefiere la sociedad mediática, que es tan agonías como Amenábar. Moya no ha inspirado un argumento a Amenábar, Sampedro sí.
La película se estrena en septiembre. Es decir, que en septiembre comienza la campaña política por la legalización de la eutanasia en España.
Porque sólo hay dos razones para desear la muerte: la confianza en la vida eterna o la desesperación sobre esta vida. Los partidarios de la esperanza hablan de "nuestra amiga la muerte", los desesperados de este mundo viven en el vértigo o atracción de la nada. Y eso no tiene mucho de poético, la verdad.
Mar adentro. Para hacer este juicio no me hace falta ver la película, me sirve el trailer, es una contradicción en sus propios términos. Merece la pena elevar a los altares cinematográficos a un hombre desesperado. Sí, Sampedro tenía razón, señor Amenábar. Usted no tiene que hacer películas: simplemente debe suicidarse. Sólo que el aguijón de la esperanza le mantiene vivo, ¿verdad?
Eulogio López