Con los judíos y con los catalanes me ocurre lo mismo. Me encantan los judíos, nuestros hermanos mayores en la fe y en la civilización occidental, pero son unos pelmas de mucho cuidado. Un pueblo insigne que ha superado una persecución secular y que lucha por su supervivencia. De alguna forma, 15 millones de hebreos han desafiado a los grandes poderes de la humanidad y siguen vivos. Tiene un problema: el narcisismo. Es como si en el mundo no hubiera otro problema que el problema de Israel.

También me gustan los catalanes, porque son menos sectarios que la mayoría de los españoles y menos prejuiciosos que castellanos y asturianos (mis dos tierras de origen).

El catalán es un sentimental pero escucha al contrario antes de catalogarlo. Su defecto, como el de los judíos, es el narcisismo: para la mayoría de los catalanes de hoy sólo existe un problema en el mundo: el problema catalán.

Y con el narcisista hablar es fácil pero acordar algo se vuelve muy complicado. No tiene nada que ofrecer salvo su presunta excelencia.

¿De verdad no existen en Cataluña, en el conjunto de España y en el mundo otros problemas que el referéndum, perdón, consulta

Eulogio López

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