La progresía ‘sociata' ha lanzado su nuevo ataque, esta vez en el terreno de la educación. Y, en el entretanto, Zapatero sonríe.

 

Ahora mismo, a través del Consejo Escolar del Estado, que, al final, será la fuerza coercitiva del Boletín Oficial del Estado (es decir, lo de siempre), los progres se disponen a retirar el concierto económico (es decir, la subvención) a aquellos colegios que mantengan la educación diferenciada, en otras palabras que no hayan introducido la co-educación o educación mixta.

 

Es una vieja táctica de la izquierda progre: primero se controla el Estado y, por tanto, el erario público. Luego se utiliza el erario público, el dinero de todos, como chantaje: o aceptas la educación o te asfixio económicamente. Y una vez que se ha conseguido que la sociedad se haya presentado voluntaria y haya aceptado el criterio de la progresía… directamente se acude al BOE y se impone la educación mixta. Es decir, el camino es siempre el mismo: de discrepante a adversario, y de adversario a imputado. De esa forma, la progresía puede practicar su deporte favorito: el del verdugo que intenta pasar por víctima.

 

Con el aborto ocurrió igual: primero se propugna el aborto libre, luego el aborto gratuito, y, finalmente, el aborto obligatorio. La cultura de la muerte no parará hasta que la misma maternidad resulte un insulto al cuerpo social y a la normalidad democrática. Algunos atisbos de ellos ya pueden verse por muchos lados. Y, en el entretanto, Zapatero sonríe.

 

Volvamos al esquema educacional: Primero te quito el concierto, luego no te admito la educación diferenciada ni aunque la pagues. La razón es muy simple: como decía recientemente un alto cargo de la nueva Administración socialista: somos conscientes de que la educación mixta disminuye las vocaciones religiosas. La verdad es que lo que la co-educación disminuye es la educación. Simplemente. En España llevamos ya 25 años igualando a los desiguales, porque sólo hay una cosa más distinta que un hombre y una mujer: un niño y una niña. Mezclar en las mismas aulas a una niña de diez años con un niño de diez es mezclar una madurez de 13 con otra de 7 (en términos relativos), es entrenar a ellos y a ellas para la más estúpida de las guerras contemporáneas: la guerra de sexos. La coeducación tiene buena parte de culpa en la actual cosificación de la mujer por parte del hombre y en la no menos actual falta de respeto de la mujer por el varón y por la figura del padre, reducida en tantas mentes feministas (¿una contradicción ‘in terminis'? al papel de mero semental no apto para ser amado.

 

La verdad es que en el caso español, las órdenes religiosas aceptaron de mil amores, salvo floristas excepciones, la co-educación. Como aceptaron que su financiación dependiera de los conciertos. De esta forma, se convirtieron en rehenes de los políticos, y estos dan una vuelta de tuerca en cuanto tienen ocasión. Los colegios cristianos cedieron en el ideario, cedieron en la catequesis, cedieron hasta la enseñanza misma, ahora en manos de laicos para los que la vida de piedad es ese lamentable añadido que deben incluir, con gesto cansino, en el ideario religioso que se han comprometido a aceptar para seguir cobrando el sueldo.  Y en el entretanto, Zapatero sonríe.

 

En Estados Unidos han surgido dos fenómenos de Iglesia dispuesta a organizarse al margen del Estado. Por un lado, las escuelas parroquiales. Surgen físicamente al lado de las parroquias y son financiadas pro los propios parroquianos. En ellas no hay coeducación hasta cursos avanzados y algunas han alcanzado un nivel académico sobresaliente.

 

A mí el sistema me gusta, por cuanto hablamos de una iglesia libre, pero que conste que es injusto. Cuando un cristiano paga sus impuestos, el Fisco no le pregunta si su dinero es cristiano o laico: arrampla con él. Tanto derecho tiene a que ese dinero revierta en su beneficio como cualquier otro. En resumen, una Iglesia que no recibe dinero del Estado está renunciando a un derecho que tiene.

 

Y hay otro ejemplo, también norteamericano, aún más serio: el de la educación en casa. Padres que están tan hartos de la mala educación que reciben en los colegios, controlados por la progresía y lo políticamente correcto, que deciden educar a sus hijos en su casa y que luego se presenten a los exámenes que marca el Estado. La normativa española hace prácticamente inviable este proyecto. Es decir, no permite elegir a los padres.

 

Insisto: me encantan ambos proyectos por lo que la Iglesia gana, pero me resultan tremendamente injustos. Exigir a los cristianos que paguen tantos impuestos como los demás, también impuestos para educación, y que al mismo tiempo deban pagar el colegio de sus hijos, supone condenarles a ser ciudadanos de segunda categoría, lo mismito que en los países árabes, donde el catolicismo era perseguido precisamente así: con la doble imposición. Y en el entretanto, Zapatero sonríe.

 

La solución más "europea" sería el cheque escolar y el retorno a la educación diferenciada hasta aquella edad (probablemente la universitaria) en la que los chavales ya no ven a sus compañeros del otro sexo como un competidor o una víctima, sino como un colaborador necesario y maravilloso en su diversidad. Esa edad suele coincidir con la mayoría de edad y con la enseñanza superior.

 

No se lo digan a nadie pero hay que reconocer que nuestros abuelos hacían algunas cosas (no todas, pero sí algunas) mejor que nosotros. No pasa nada por rectificar.

 

Lo peor que está ocurriendo con el feminismo rampante que nos rodea es que para muchas mujeres su sexualidad se ha convertido en su identidad, su feminismo en su religión y su condición femenina en su credo. De la misma manera que el camino hacia el fascismo comienza con la deificación de la nación, el camino hacia la idiocia colectiva (es decir, hacia el feminismo) consiste en deificar la feminidad. Porque antes que mujer, o antes que hombre, se es persona.

 

Pero no hay que preocuparse: el nuevo ataque, feroz ataque, de la progresía contra los cristianos coincide con un nuevo talante, conciliador, abierto dialogante: la sonrisa de Zapatero. ¿No es hermoso?

 

Eulogio López