La ciencia no sólo no tiene fe ni patria. De hecho, tiene una carencia mucho peor: no tiene espíritu. El científico sí, pero puede conseguirse que, como en tiempos de Pascal, no se repare demasiado en el hecho de que ciencia es lo que hace el científico (que kantiano me he vuelto). La pobre ciencia, tan limitad ella, lo único que puede abordar es aquello que se puede medir o contar, es decir, ni un 0,1% de las cuestiones que le interesan al ser humano. El conocimiento empírico no es malo, sólo modesto, no es erróneo, sólo una minucia. La razón, patrimonio de la única especie racional libre existente en el planeta, la raza humana, tiene aspiraciones mucho más amplias y una razón que aspira a mucho más de lo que le pueda dar la ciencia. El materialismo no es malo, es pobre, insuficiente; la razón humana es mucho más profunda que la ciencia y lo mismo ocurre con la moral, consecuencia lógica de la razón. En efecto, el hombre es un ser moral porque es racional, es decir, libre, porque puede elegir entre el bien y el mal.
Viene todo eso a cuento de un extracto de la famosa revista médica The Lancet, que nos envía un lector, al rebufo de la polémica mundial tras las palabras de Benedicto XVI -¡Maldito criminal!- asegurando que el preservativo no es la solución contra el sida y que, además, puede agravar el problema, al aumentar la concupiscencia de la carne -vulgo, copular con quien no se debe-.
The Lancet siempre ha dicho que desde un punto de vista científico, hay practicar contra el sida la estrategia ABC: abstinencia, fidelidad (que, para más coñas, que viene del inglés Be faithful, es decir, que revela una actitud humana, no un postulado científico) y condón. La Iglesia lo reduce a las dos primeras según el consabido cuento del hermano sacristán: -Hermano sacristán, ¿por qué no has tocado las campanas? -Por 10 razones, padre. -A saber...- La primera, porque no hay campanas. Está bien hermano, entonces sobran las otras nueve. Los que se abstienen o son fieles a su pareja, no se contagian.
Sobre el condón, Lancet opone sus reparos porque en ocasiones, en efecto, falla. Pero lo importante no es cuántas veces falla. Lo importante es que la razón y la moral no sólo discuten lo que se puede hacer, sino lo que se debe hacer. En Román Paladino, el Papa no critica al condón porque atenta contra la vida -de hecho es el único medio contraceptivo que no mata a nadie- ni porque no evite el sida -aunque también por esto-. No, el Papa critica el condón moral y racionalmente, que es mucho más que criticarlo científicamente: critica el condón porque no se ha inventado para evitar el sida sino para evitar la vida, porque introduce una barrera hacia la vida, que no es lo que hay que evitar, sino lo que hay que promocionar. Razón y moral no hablan del mal que se puede evitar sino que hablan en positivo: de lo que se puede y debe hacer. Por eso el modernismo se atiene a lo empírico y por eso desconfía, no ya de la moral, sin dar la razón: podría explicarle no lo que está prohibido sino lo que está permitido y es muy conveniente.
Sin razón y moral, las que contemplan el mundo en positivo.
De ahí que resulten tan estúpidas las palabras de la socialista española Elena Valenciano, cuando afirma que los provida quieren terminar con el sexo. Todo lo contrario: lo que quieren acabar es con el invento modernista del sexo sin procreación y de la procreación sin sexo.
Eulogio López
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