La Semana Santa es un tiempo emocionante para el adiestramiento en la práctica de fajinas de magnanimidad, tangibles o inmateriales. En el mensaje de este año, el Papa Benedicto XVI, lo ha centralizado en la ayuda material, señalando que "este acto de caridad, además de ayudar a los indigentes, es también un ejercicio ascético para mantener el alma desasida de los bienes materiales". Al amparar a los necesitados nos fusionamos más con Cristo, que arribó al mundo para rescatar a los mortales de sus penurias y, al mismo tiempo, le ofrecemos una dádiva a Jesús, que ha resuelto fundirse con los más pequeñuelos: "tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme". A la luminaria de estas elocuencias, descubrimos que los trajines de la caridad, y específicamente la esplendidez, trasciende el estiramiento meramente material y se presentan como una muestra de la ternura con la que Dios nos quiere: "cada vez que, por amor de Dios, compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado, experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría". Como es lógico, y así lo ha concebido la Iglesia, la limosna con el desvalido no puede reducirse a la esfera estrictamente material. En realidad hay muchos indigentes, no de medios monetarios, sino de ternura, de afecto ya que se deslizan en un amargo desamparo o ceñidos a un cruel desamor. Clemente Ferrer Roselló clementeferrer@yahoo.es
La comunión en la mano no es más que la vanguardia contra la supresión de la Eucaristía
15/12/24 15:00