"Nadie puede olvidar ni ignorar lo sucedido", dijo el Papa Juan Pablo II en Yad Vashem, el museo del Holocausto judío, en Jerusalén, a la luz de la candela permanente que convierte el lugar en una permanente penumbra. Más: la fórmula favorita de Wojtyla era "perdonad y pedir perdón".
Ahora que el último miliciano y primer pirómano, Tomás Gómez, jefazo del PSOE madrileño (en la imagen), ha resucitado la Guerra Civil -bueno, lo cierto es que ya la resucitó ZP- conviene hablar de paz, piedad y perdón.
Ahora que los proetarras de Bildu se han convertido en la segunda fuerza del Parlamento vasco, también hay que hablar de las víctimas de ETA y de ese concepto perdón laico que tantas confusiones provoca.
Para aclararnos, la postura cristiana. Lo que no deberíamos olvidar son nuestras propias culpas, aunque la misericordia de Dios se empeñe en ello una vez nos ha perdonado. Porque en ese mismo viaje a Israel, Juan Pablo II introduciría una oración en las junturas del muro de las lamentaciones. Decía así: "nos sentimos profundamente apenados por el comportamiento de aquéllos que en el curso de la historia han causado sufrimiento a tus hijos (los judíos) y pidiendo tu perdón, deseamos empeñarnos en una sincera fraternidad con el pueblo de la Alianza". Al Papa Wojtyla no le importaban las ofensas de los judíos hacia los cristianos. De esas deben arrepentirse los judíos. Pero está dispuesto a perdonar las ofensas provocadas y recomenzar.
Primera aclaración. El cristiano no se puede olvidar del mal realizado, sobre todo del propio, pero tampoco del ajeno. Perdonar no es olvidar ni el objetivo del cristiano es el Alzheimer. Ese dicho cínico que asegura que el único remedio contra el rencor es la amnesia no ha entendido nada sobre el perdón cristiano.
La Iglesia habla de un perdón que evite la venganza y el resentimiento, pero también quiere que el hombre viva en presente, porque el pasado está muerto y el futuro no ha nacido, y ambos pueden ser el refugio de los cobardes: hay que tener mucho coraje para perdonar las ofensas.
Ahora bien, vivir sin recuerdos es vivir enajenado, algo que tampoco puede permitirse ningún cristiano.
En el caso de Bildu, los etarras, salvo algunas excepciones, no han perdonado ni pedido perdón. Es más, se jactan de lo que han hecho, porque la independencia de Euskadi exigía asesinar al hijo del Guardia Civil.
En el caso de Tomás Gómez, nuestro político se muestra incapaz para perdonar porque considera que no ha sido ofensor, sino ofendido. Con personajes como los bildutarras o como el socialista Gómez, la reconciliación no es posible. Se les puede perdonar pero la paz no llegará nunca porque ellos no la desean: no se arrepienten de nada.
Y termino con la última lección de Juan Pablo II, que lo resume todo: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com