"Dadme señor agudeza para entender, capacidad para retener, orden para aprender, sutileza para interpretar, gracia copiosa para expresarme". Antaño, los alumnos tenían clase el día de Santo Tomás de Aquino (28 de enero), e incluso era costumbre exigirles un trabajo sobre la cima de la Escolástica. Para mí que se están olvidando aquellas venerables torturas que tanto han construido a formar países sufridos. Porque al Aquinate le pasaba lo mismo que a Einstein con la Teoría de la Relatividad: sus palabras eran muy inteligibles, llanas, ajenas a toda pedantería, pero sus argumentos precisaban de doble y hasta triple lectura. De ahí que resultara tan difícil de interpretar como todos aquellos que viven más pendientes de las ideas que de las palabras de los biografiados. Pero digamos, que, con todo, hay un consenso común sobe el hecho de que a Santo Tomás no le gustaban nada los banqueros. Si yo fuera el encargado e imagen del santo, recomendaría mucho que se enfatizara este detalle, sin reparar mucho en la fachada del mismo. Digámoslo de otro modo: Santo Tomás está contra la usura porque el usurero, digamos los señores Botín o FG, están vendiendo tiempo y el tiempo, como la vida, nos les pertenece. Ésa no es una afirmación moral: digo que, en puridad, en literalidad, nadie le pertenece su vida porque nadie puede decir cuándo la compró y cuánto pagó por ella. La vida es un regalo, sobre cuya pertinencia no hemos sido consultados. Y sea quien sea el donante, lo cierto es que no podemos dar razón del mismo: se nos regala la vida, y con ella el espacio y el tiempo. Dicho queda. El análisis tomista vine al pelo, porque revisa toda la historia económica, que podemos resumir en tres etapas: 1. En un primer momento, el hombre consume lo que necesita para vivir y, si le sobra algo acude al trueque o al trueque-moneda, para adquirirlo. Todavía se vive el estado en que la economía consistía en cubrir necesidades. Par a mí que no era malo este estilo de vida. 2. En un segundo momento, el hombre consigue producir mucho más de lo que necesita. Es así cuando nace el comercio: con el sobrante. Ni que decir tiene que el dinero cobra un especial valor. 3. Pero aún no hemos llegado a la tercera etapa, la actual: El hombre consume mucho más de lo que produce y, por ello, necesita poner sus ahorros al abrigo de la inflación. Ahí es donde surgieron, tanto la banca organizada como, lo que es mucho más grave, los mercados financieros institucionalizados, más conocidos como bolsas. Porque los mercados no sólo venden tiempos sino que se guían por el único y soberano principio de la liquidez y porque -y esto es lo más grave- porque al convertirse la liquidez en el único valor, el dinero deja de ser un medio de cambio de mercancías y servicios para convertirse en un bien en sí mismo El siglo XX es el siglo de la Especulación. Cuando comenzó, el mercado primario bursátil, aquel que servía a la economía real, a la empresa, suponía un 90% de los mercados. Hoy, en Wall Street, el 99,5% del dinero que se mueve lo hace en el mercado secundario. ¿Pasaría algo si el mercado secundario desapareciera y las bolsas quedarían reducidas a su ducentésima parte? Absolutamente nada; es más, todos viviríamos mucho más felices, con más empresarios, más trabajadores y menos rentistas. Porque además, la banca tradicional vende tiempo, sí, pero no se entromete en la tara del prestatario salo cunado éste incurre en mora, y su intromisión consiste, simplemente, en el embargo. Por contra, los ahorradores de la bolsa, que gozan de mayor y mejor predicamento social que los banqueros, resultan mucho más nocivos, dado que se entrometen continuamente en la economía real y condicionan a las empresa, hasta el punto de -tenía que ser en la presente centuria- hacer cierta la relación de "optimizar el valor para el accionista": trabajadores y, sobre todo, consumidores, vienen detrás, a pesar de que, sobre todo estos últimos, constituyen el fin último de toda actividad económica, lo que Santo Tomás llamaría el bien común. Con la actual crisis bursátil no estaría de más que a los escolares, al menos a los bachilleres, al menos a los universitarios, al menos a los licenciados, se les exigiera reparar en el angélico doctor. Le regalo esta conclusión al discente de turno este titular. "A Santo Tomás no le gustaba la banca, pero todavía le hubiera gustado menos la bolsa". Eulogio López eulogio@hispanidad.com