Enrique, Emperador de Alemania, fue santo a pesar de haberse unido a los paganos en contra de los cristianos. Nació en Baviera el año 973 y casó por amor con Cunegunda, dama que no era de su condición pero que estaba adornada de todas las virtudes. A pesar de que durante el tiempo de su gobierno hubo de guerrear casi constantemente, su preocupación fundamental fue la mejora de las costumbres, tan deterioradas en su época, y la fundación de monasterios e iglesias. También se distinguió por su actividad evangelizadora más allá de sus fronteras. Murió en Grona, cerca de Gottingen, el año 1024 y se hizo enterrar, precisamente, en la catedral que él había construido.
Distintas enseñanzas de valor para todos los tiempos pueden derivarse de este polémico personaje. Quizá la más valiosa, aplicable a todos, pero especialmente a las autoridades actuales, fue su esfuerzo continuo para mejorar las costumbres, sin cómodas e interesadas cesiones ante la relajación que existía, fomentada por grupos poderosos.
(Las fuentes principales, que no las únicas, de las que se han tomado los datos para redactar
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Pilar Riestra