Nada más comenzar la película se nos advierte que está inspirada “libremente” en hechos reales, y cuando uno la contempla tiene claras dos cosas: que lo auténtico, los pormenores y retos a los que se tuvo que enfrentar este insigne ingeniero para levantar esa torre de 300 metros (la más alta del mundo en esos momentos), es lo más interesante de la cinta, aunque corra paralela a una historia de amor y adulterio, que está bien resuelta y, afortunadamente, es coherente con los sentimientos de la época en cuanto a la percepción que se tenía de las infidelidades conyugales.  

Tras finalizar su colaboración en la Estatua de la Libertad, el ingeniero Gustave Eiffel es presionado por el gobierno francés para diseñar algo espectacular para la Exposición Universal de París de 1889, pero Eiffel no está interesado. No obstante, cambia de actitud cuando se cruza en su camino una misteriosa mujer que conoció en el pasado.

Romain Duris (inolvidable y divertidísimo en la comedia Los seductores) y la bella Emma Mackey protagonizan esta historia dirigida por Martin Bourboulon, que cuenta con un envoltorio magnífico, con una puesta en escena cuidadísima, que se asemeja a los films de época de cine clásico. Es maravillosa la fotografía que muestra panorámicas de Paris, y recuerda el crecimiento de cualquier ciudad y la necesidad de contar con monumentos representativos, y también se recrea con talento, paso a paso, la construcción de esa torre tan popular y que, conocemos gracias a la película, las grandes suspicacias que generó mientras se levantaba. También es acertada la música de Alexandre Desplat que nos retrae de forma emocional a ese final  de siglo XIX.

La película vuelve a reivindicar la figura de “la grandeur” de Paris, y de Francia en general. Algo que se echa de menos en nuestro país, tan poco amante de reivindicar a nuestros hombres insignes.

Para: los interesados en la ingeniería de grandes obras arquitectónicas. Aficionados al cine clásico.