Las pateras no suponen una invasión de Europa. La invasión musulmana, de Europa, por ejemplo, llega por aeropuerto.

Y más: el estado natural de las fronteras es el de estar abiertas. Solo eso: abiertas. Y aunque la emigración sea mala de suyo y sólo se solucione ayudando a los países de origen, lo cierto es que hay que ayudar a aquel cuya vida corre peligro. Especialmente el católico, porque Dios ama al emigrante, remedo de aquella frase genial de Benedicto XVI que decía: Dios ama al embrión. 

El problema ahora es Libia, otro logro jocundo de la primavera de aquel presidente enajenado en su inconmensurable egolatría, llamado Barack Obama. Un país lleno de fanáticos musulmanes que esclavizan a los negros, quienes huyen desesperados de la zona. Y eso no se cura con Open Arms, sino enviando un ejército a Libia que ponga orden en el país, con todos los riesgos que eso comporta.

Y ojo, han hecho del salvamento su medio de vida, pero la profesionalización de la solidaridad resulta muy peligrosa

Dicho esto: lo de Open Arms y Médicos sin Fronteras (MSF) es de una caradura tremenda. Lo único que hacen, con cámaras de televisión a bordo, naturalmente, es dar cobertura a las mafias que trafican con seres humanos. Les recogen a 50 millas de Libia y los desesperados pagan a las mafias porque saben que a 50 millas de Libia les abandonarán y vendrá Open Arms a recogerles. Si supieran que no venían, no pagarían a las mafias.

Por supuesto, ni los chicos de Open Arms ni MSF, cuando logran desembarcar a sus salvados, se preocupan de su integración en los países de destino. Eso lo dejan para los políticos y servicios sociales, a los que ponen a parir por asociales, racistas y, probablemente, fascistas.

Y ojo, han hecho del salvamento su medio de vida, pero la profesionalización de la solidaridad resulta muy peligrosa.