• ¡Quién necesita a Dios teniendo neuronas! Ante todo, el neurocientífico.
  • El sueño de la Razón -ahora, razón científica- vuelve a producir monstruos.
  • La inconsistencia neurocientífica radica en esto: el cerebro no piensa, el que piensa es el hombre.
Estábamos ayer enredados con la venerada neurociencia, creadora de la sublime tontuna de la materia inteligente. Al cristiano acomplejado, -decíamos ayer- le asustaba antaño el modernismo y su bastardo, el relativismo. Ahora le preocupa el cientifismo lelo de las neuronas, pues teme que el necio tenga razón cuando se pregunta, sesudo él: ¿quién necesita a Dios teniendo neuronas? Todo esto viene a cuenta del, por otra parte, completísimo, monográfico coordinado por Francisco Ansón en Cuenta y Razón, bajo el título "La neurociencia y la idea del hombre". Un informe múltiple y multidisciplinar, pero con el mismo error de partida y, por tanto, de llegada: da pábulo a la divinización de la neuronas. Y, sinceramente, no es para tanto. Veamos: la neurociencia es un herejía espiritualista, no materialista. Decía Chesterton que de cada diez herejías a las que se ha enfrentado la Iglesia nueve son espiritualistas y una sola materialista. En el caso del neurociencia, aunque se asienta en el cientifismo, se trata de crear materia pensante, la del cerebro, con el entusiasta propósito de que pueda sustituir, no sólo al Dios Creador de pensamiento, sino al hombre, sometido a la esclavitud determinista de sus propios neuronas. ¡Qué rico! En cualquier caso, la inconsistencia neurocientífica radica en esto: el cerebro no piensa, el que piensa es el hombre. Esto es, lo que realmente piensa es lo que los cristianos llamamos alma, los filósofos espíritu, los poetas sensibilidad, los psicólogos personalidad y Cristóbal Montoro, titular de Hacienda, contribuyentes. Y la prueba de que ni el cerebro ni las neuronas piensan radica, como casi siempre, en el propio hombre: usted, cincuentón en caída libre hacia la vejez, sigue siendo el mismo, el mismo espíritu que cuando tenía cinco años, a pesar de que ni su cerebro, ni sus neuronas, guardan nada de aquel rapaz originario. Y si no, que los pedantes neurocientíficos se pongan a construir seres humanos a partir de cerebros con ramificaciones neurológicas. El sueño de la razón, en este caso razón cientifista, volvería a crear monstruos. Ya los está creando. Porque, mientras llega ese complejo momento, estos neuras se divierten retorciendo las ideas, que ya se sabe que con los materialistas siempre acaban volviendo a Platón y su mundo de las ideas. Ya lo dijo Leopoldo Calvo Sotelo: la física se hizo química y comenzó la decadencia. Pero, como la química no puede explicar ni de dónde venimos ni quiénes somos, ni adónde vamos, sino tan sólo dónde estamos, enseguida regresan a la física y, si es posible, a la metafísica, solo que a la metafísica materialista. Algo así como ser hincha del Madrid y aplaudir a Leo Messi. Y así, continuamos con el reguero de pedanterías equívocas al uso en esta rutilante nueva estrella científica de las neuronas. Por ejemplo, se nos dice (Marvin Minsky, un neuras) que la materia produce sensaciones y emociones. Y claro, como a los neuróticos de la neurociencia les encantan los saltos argumentales en el vacío, concluyen que la moralidad también es una realidad biológica que anida, cómo no, en el cerebro. "Regardez la gilipolluá", que diría el entrañable Tip (de Tip y Coll dos pioneros del neurocientifismo): claro que la materia 'produce' sensaciones y emociones y que éstas pueden precipitar el juicio moral (por lo general, lo precipitan hacia el abismo). Desde antes de que se inventara la pedante neurociencia sabemos que un dolor de muelas, un hecho de lo más material y biológico, produce mala leche -hecho de lo más espiritual- y que el rencor, feo vicio, acaba provocando úlcera de estómago. Créanme: para concluir esto no hace falta analizar los lóbulos cerebrales. Como diría Mister Bean, "ya estoy concluyendo". Miren ustedes, la neurociencia como estudio del cerebro y del sistema nervioso y neuronal es una disciplina médica interesante; la neurociencia elevada a cosmovisión es una patochada mentirosa y pedantona, producto, una vez más, de científicos tentados por la serpiente al tradicional grito de "seréis como dioses", capaces de entender el universo y, ya puestos, de crear el universo. La segunda conclusión, que se desprende de estos dos ladrillos con los que les he castigado (el de ayer lunes y el de hoy martes), se deriva de la primera. A la neurociencia le ocurre algo parecido a los perros: un animal magnífico mientras se comporte como perro y no quiera pasar por Aristóteles. Si se queda en el estudio de los nervios con ánimo terapéutico bienvenida sea; si pretende explicarnos 'una idea del hombre' ya sabemos de qué idea se trata y, como no dispone de los mecanismos adecuados, se queda en egregia patochada. La neurociencia no puede explicarnos el origen del hombre. Por tanto, tampoco su destino. ¿Por qué? Porque el cerebro no es el que piensa. Tres ejemplos de lo antedicho, extraídos del mismo monográfico de Cuenta y Razón. Asegura Javier Montserrat: "el alma humana no es inmortal no porque esté constituida por una ontología indestructible (cuerpo y alma) sino porque Dios la recreará en su nueva creación". He aquí otra muestra de cristianismo (o simple realismo filosófico) acomplejado: como no podemos -sí que podemos- enfrentarnos a los expeditivos 'inventos' de la neurociencia, posponemos la tarea creativa de Dios hasta el fin de la historia y la Nueva Jerusalén. Pues no, señor Montserrat, la actual naturaleza humana resultó naturaleza caída pero continúa siendo formidable y ontológicamente dual. La realidad no admite ningún otro tipo de explicación. Tanto es así que por ella se dejó clavar en una cruz el Creador. Otra 'disfunción' neurocientífica: la aporta el profesor de Comillas, Francisco Béjar, a quien no tengo el gusto de conocer pero paso a encasillar en el precitado segmento de cristianos acomplejados por los 'neuróticos': "Contamos con insoslayables evidencias (¿cuáles?) de que la conciencia es un fenómeno de la materia que desvela su actividad psíquica: sueño, anestésicos, dolor, todos ellos alteran los estados ordinarios de conciencia". Volvemos a que son los coches los que conducen mientras que el hombre es un producto del automóvil. Y así llegamos al más enloquecido de los ateísmos: al horrendo monstruo de una materia que crea y controla nuestras neuronales almas como el titiritero al títere.¿Acaso el hecho de que nuestro espíritu duerma significa que no piense? La neurociencia convertida en filosofía nos lleva derechitos hasta los nuevos monstruos de la razón, de la razón empírica: matan a Dios, matan al hombre y matan a la libertad. Pero no se asusten: no son asesinos profesionales, son meros aficionados. Dentro de 50 años todos nos reiremos de esta neurociencia revestida de religión como hoy nos reímos del materialismo histórico del viejo Marx. Lo malo es que, en el entretanto, la neurociencia puede provocar tantas muertes como el comunismo. Al menos la muerte de esos espíritus cuya existencia niegan. Y eso no es para reír. Eulogio López eulogio@hispanidad.com