• La neurociencia constituye el último complejo del cristiano y el último refugio del ateo.
  • El cerebro no piensa por la misma razón que los coches no conducen: conduce el hombre.
  • La materia es suicida y carece de identidad: no piensa en otro cosa que en mutar. Sólo el espíritu permanece.
Monográfico de Cuenta y Razón sobre la ciencia de moda, es decir, la última moda de los ateos, es decir, la neurociencia, que más que por neurocientíficos parece dirigida por neuróticos. Recuerden: si quieren convertir una filosofía en ideología -o sea, despreciarla- añádanle el sufijo 'ismo'. Si, por el contrario, pretenden convertir una 'vulgaridad', por ejemplo una terapia, en filosofía indiscutible, añádanle el sufijo ciencia. Esto es: conviertan la neurología en neurociencia y podrán 'epatar' a tirios y troyanos. A ver quién es el guapo que se atreve a contradecir los postulados, no de los vulgares neurólogos sino de los eximios neurocientíficos: ¡Aaaahhhh! Digo que Cuenta y Razón, esa pequeña maravilla que fundara Julián Marías, ha dedicado un monográfico a "La neurociencia y la idea del hombre". Una selección de grandes coordinada por el más grande de todos ellos: mi amigo Francisco Ansón, quien, al menos, aporta el resumen general. De hecho, si de todo el monográfico se quedan con el resumen ansoniano, con el artículo del mismo autor dedicado al maquinismo neurocientífico y con la imprescindible aportación de Manuel García de Molina sobre "el cerebro, el universo y la resurrección", podrán tener un compendio riguroso del insigne ladrillo. Hablo con todo respeto de los autores, que conste. Científicos y profesores de sesgo más humanista han colaborado en una obra tan erudita como inane, que es imprescindible leer para ser globalmente negada. No en sus manifestaciones, claro, sino en su raíz. Porque desde que se descubrió la barbarie de la especialización los hombres pequeños nos hemos acogido al privilegio de negar a los grandes, que tienden a perderse en la hojarasca de retorcidos diagramas que recuerdan la vieja imagen materna: cuando un barco sale del puerto y se desvía un pelín y no corrige el rumbo, puede acabar en las antípodas. Esto es, el monográfico de Cuenta y Razón. A todo esto, ¿qué es la neurociencia? La neurociencia es el último invento de los empiristas ateazos para prescindir de Dios en el universo. Nadie niega -ni afirma- a Dios tras un detallado estudio del universo material. Entre otras cosas, porque eso le exigiría ascender al universo espiritual y el espíritu humano es tan indemostrable -sólo es mostrable- como el mismísimo Espíritu de Dios. Sucede justamente al revés: te empeñas en negar a Dios y te aferras a cualquier tontuna científica para demostrar tu tesis. La última tontuna del siglo XXI para negar a Dios se llama neurociencia, que viene a sustituir a Cristo por el cerebro humano, sin tener claro lo del cerebro y mucho menos el primer elemento. Y es que si aceptas la existencia de lo numinoso acabas aceptando el alma inmortal y, con ella, acabas aceptando al único capaz de crear un alma inmortal… que es el único capaz de crear materia de la nada. Les explico el proceso: los biólogos descubrieron que las células están cambiando de continuo, de hecho, la única definición adecuada para la materia es que cambia de continuo, hasta carecer de identidad. O como decían los clásicos: el filete que nos comemos no nos convierte en vaca y la hierba que come la vaca no le convierte en hierba. La vaca es vaca desde que nace hasta que muere y el hombre, único ser racional, es hombre desde su creación hasta su muerte (algunos pensamos que más allá, precisamente por lo que ahora diré). En definitiva, ninguna de mis células de ahora son las mismas que las de niño. Sin embargo, yo sí soy el mismo, Eulogio López, con mi identidad, mi memoria y todo lo demás. Un argumento tan aplastante que no demuestra la existencia de Dios, pero simplemente hace imposible el materialismo, por muy neurológico que éste sea. O mejor: un argumento que no demuestra la existencia de Dios, pero sí la existencia de los espíritus. De ahí la querencia cientifista por las neuronas, esos minúsculos elementos materiales que la neurosis de los neurocientíficos intenta convertir en algo permanente y, se supone, preexistente. Ni es lo uno ni es lo otro. Curiosamente la majadería neurocientífica coincide en el tiempo con los descubrimientos en neurogénesis, pero los cristianos no necesitamos recurrir a eso. Debiera bastarle a esos aprendices de dioses, a los neuras que tratan de explicar la creación sin Creador, con el hecho científico de que, aún cuando las neuronas no cambien, sí cambia la composición química de las mismas y que los mismos avances del universo cuántico, a lo que tanto aluden los neuróticos de los neurocientíficos, dan prueba de ese empeño letal de la materia en destruirse a sí misma mediante el cambio continuo. De hecho, ¿qué es la materia, incluidas las neuronas? Aquello que se destruye a sí mismo. La materia es suicida y carece de identidad: no piensa en otra cosa que en mutar. Por el contrario, ¿qué es el espíritu? Aquello que se empecina en persistir más allá de los cambios impuestos por tiempo y especio. Es aquello que sobrevive y permanece, aquello que proporciona identidad a la materia suicida. Decir que el espíritu opera fuera del tiempo es una forma de hablar, para entendernos mejor. Pero, en cualquier caso, aquello que opera fuera del espacio y del tiempo no puede ser analizado empíricamente ¡porque no hay materia alguna que analizar! Lo que le achaco a esa mente privilegiada y brillante que es Francisco Ansón es que se haya dejado llevar por su bonhomía. Bonhomía que le exige un escrupuloso respeto, mejor, afecto, por los necios -que también son hijos de Dios- y que le lleva a ejercer esa sublime objetividad tan moderna de conceder cinco minutos a los nazis y otros cinco a los judíos. Expone Ansón los avances de tan eximios próceres de la ciencia sin permitirse juicio alguno sobre los mismos, no se vayan a enfadar, a pesar de que muchos de ellos merecen juicio y condena, o al menos juicio severo… por sus estupideces. El camino de la neurociencia sigue siendo el mismo que iniciara el ingenuo de Descartes. La neurociencia no acepta el principio de que yo soy yo, y ni soy ni puedo ser el vecino de enfrente, al tiempo que niega otro axioma igualmente ineludible: esta mesa sobre la que escribo es una mesa y no una silla, incluso cuando la mesa hace las veces de silla. Y para dar apariencia de consistencia a tal refutación, los neurocientíficos cambian al Dios creador por el cerebro humano creador. Entonces es cuando mi amigo Paco Ansón sacrifica la verdad en beneficio de la caridad (una costumbre muy fea, querido Paco) y da pábulo, de forma acrítica, a la rapsodia de los neuróticos, según los cuales está demostrado -¡y un jamón de mono!- que la moral, las creencias religiosas y Dios, sólo existen en el cerebro humano. Lo cual, con todo respeto hacia los neurocientíficos eso es una 'groseen chorradem'. El cerebro no piensa porque la actitud de pensar es espiritual e inmaterial, y el cerebro es una carcasa de células, más o menos fugaces que las células del trasero pero igualmente transitorias. Este es el problema. El símil, material, como todas las imágenes, que se me ocurre es que los neuras confunden el agua con el canal, que la trasporta y vehicula. Es cierto que sin canal, el agua se desparrama y malpierde, pero no es el cemento el que da vida sino el agua. Es cierto que el espíritu humano se vehicula a través del canal de cemento del cerebro, pero ni el canal es el agua ni el cerebro piensa. Y claro que el cerebro material modifica el alma inmaterial, de la misma manera que, si rompes la acequia, el agua se desparrama y malpierde. Pero la vida depende del agua, no del cemento. Los cristianos no pueden acomplejarse ante una descubrimientos 'formidables'… que lo único que hacen es inventarse un dios material según el viejo horror de la materia pensante, que es como la patraña paralela de las máquinas pensantes, sólo que con organismo vivos. Los viejos filósofos ni por asomo caerían en esta última trinchera de los ateos, consistente en deificar la materia, en este caso el cerebro y la red neuronal. Curiosamente, el monográfico de Cuenta y Razón cita a Hipócrates, para quien las actitudes espirituales humanas, desde la risa al dolor, provenían del cerebro. Sí, exactamente, como el agua procede del canal o del grifo, según depende. Pero nadie confunde el agua con el grifo, salvo que este aquejado de la neurosis de la neurociencia. En plata: el cerebro no piensa, de la misma forma que los coches no conducen. Sólo son el instrumento que utiliza el hombre para transitar por el mundo a mayor velocidad. Sólo eso. Mañana continuamos. Eulogio López eulogio@hispanidad.com