Viernes Santo. Si el mundo no reacciona ante la pandemia del coronavirus y no regresa a Cristo, mucho me temo que no reaccionará ante nada ni ante nadie.

Si el hombre actual se nos queda en el miedo, en la histeria, en la neurosis, y en la confianza en el Sistema sanitario (público, por supuesto), entonces el Covid-19, con su reguero de víctimas, no habrá servido para nada.

Y ojo, el Covid-19 no es un castigo divino, aunque es cierto que necesitamos que ‘nos duela el amor’. No es Dios quien castiga, sino el pecado del hombre el que está castigando al propio hombre. Sí, querido progre: he dicho ‘pecado’.

La blasfemia contra el Espíritu, lo propio de nuestra era, no es más que el lobo disfrazado de cordero

El coronavirus es una consecuencia lógica de nuestro desamor. O como diría Forges: “van como van y pasa lo que pasa”, que es lo mismo que el viejo refrán castellano: de aquellos polvos vinieron estos lodos.

Podríamos traducirlo así: una Semana Santa con coronavirus es un aviso del Cielo para confesarnos.

Y con mirada más accidental que esencial, pero propia de este Viernes Santo, resulta curioso que la muerte por coronavirus y la muerte en la cruz romana se parezcan en algo: ambas son muertes por asfixia.

Ahora bien, con confinamiento -más bien arresto domiciliario- y, sobre todo, con la suspensión de misas publicas por parte de los propios obispos, es muy difícil confesar y comulgar, en plena Semana Santa. Cierto, habrá que acudir al acto de contrición individual pero eso no resta responsabilidad a la jerarquía eclesiástica en esta lamentable situación.

Lo peculiar de esta este siglo es que el lobo disfrazado de cordero está dentro de la Iglesia, no fuera

Pero digo más. El coronavirus no es un castigo de Dios sino una oportunidad para el hombre. Después de esta vida hay otra. Si olvidamos esto, es que vivimos en un mundo ficticio. O sea, en la inopia. Y hablo de clérigos y de lacios, de ambos. Porque la prohibición de hecho de la Santa Misa sólo se entiende si ese tumor cancerígeno llamado miedo a la muerte, se ha extendido tanto como sospecho.

En cualquier caso, hoy es Viernes Santo, donde se culmina la Redención del Hombre por la muerte, entregada, del mismísimo Dios en la cruz. Buen momento para hacerse esta pregunta:  ¿estamos entendiendo el mensaje del coronavirus? Yo creo que no. De hecho, entiendo la pandemia como una posibilidad, a lo mejor la última, no lo sé, que el Creador ofrece a la creatura para que se convierta.

El coronavirus no es un castigo de Dios sino una oportunidad para el hombre

Dios muere en la cruz por amor al hombre. El Nuevo Orden Mundial (NOM), la masonería del siglo XXI, acusa de odio al cristiano y habla de fraternidad: dime de qué presumes… Se trata de la gran suplantación, de la gran mascarada, de nuestro siglo XXI. Lo palpamos cada día. Ejemplo, en el debate parlamentario de ayer, Jueves Santo, en el Congreso, donde tanto el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, como la portavoz socialista, Adriana Lastra, y el mariachi progre que les rodea -ejemplo, Joan Baldoví- azuzaban a la derecha de fomentar "el odio", en lugar de la solidaridad. Hete aquí a la progresía, la plasmación de la masonería, hoy Nuevo Orden Mundial (NOM), apostando por el mandamiento del amor. No pueden llamarlo así, porque para Sánchez o Lastra, amor es eso que se hace en cama: lo llaman fraternidad, solidaridad, unidad, etc. 

Después de esta vida hay otra. Si olvidamos esto, es que vivimos en un mundo ficticio. O sea, en la inopia

La blasfemia contra el Espíritu Santo, llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno, es decir, lo propio de nuestra era, no es más que el lobo haciéndose pasar por cordero. Y lo peculiar de este siglo es que alguno, no todos, de estos lobos disfrazados de corderos están dentro de la Iglesia, no fuera. Y algunos acosando al pobre, e íntegro, papa Francisco, que parece secuestrado en el Vaticano.

En cualquier caso, ¿estamos entendiendo el mensaje del coronavirus? Me temo que no, este Viernes Santo es buena ocasión para rectificar.