Sí, como comentamos hoy, es cierto que el primer ministro israelí en funciones, Benjamín Netanyahu, ha aprovechado que el presidente israelí, Reuven Rivlin, le había quitado la encomienda de formar gobierno y se la había dado al jefe de la oposición, Yair Lapid, y justo en ese momento Netanyahu aprovecha la enésima chulería de Hamas para bombardear la franja de Gaza, provocando lo que a estas alturas ya debe de haber superado el centenar de muertos. 

Pero lo grave no sólo es una escalada que, como en tantas ocasiones, puede hacer que arda todo Oriente Medio y provoque tensiones en todo el planeta. Lo grave es que hemos olvidado que un 20% de la población del Estado de Israel es árabe. En plata: se está apuñalando por las calles entre judíos y palestinos.

Los hebreos llevan 70 años venciendo a los árabes en el campo de batalla y soportando las intifadas en Jerusalén, pero no están preparados para una guerra civil. O al menos no para una guerra exterior e interior.

Y, en cualquier caso, el problema palestino sólo se solucionará con la eterna propuesta del Vaticano: dos Estados Israel y Palestina y una ciudad internacional abierta, Jerusalén, donde puedan convivir las tres religiones monoteístas, musulmanes, judíos y cristianos.