Ramón Adell es uno de los hombres de confianza de Isidro Fainé. Ahora está en la Confederación Española de Empresarios y Directivos (CEDE). Entrevista a Carlos Slim y le pide que explique cómo ve él la crisis.

Y ahí llega la primera en la frente: uno de los hombres más ricos del mundo, el mexicano Carlos Slim, cree que la crisis económica no ha llegado con la pandemia sino que comenzó en el año 2000. Y las causas fueron dos, aunque bien mirado son una: tipos bajos e impuestos altos.

Por una parte, un precio del dinero casi en negativo sólo fomenta el endeudamiento público que pesa como una losa sobre las empresa privadas y las familias. Al final, el Estado necesita subir los impuestos y la población queda a merced del Estado… que no sabe crear puestos de trabajo.

El problema de Europa es el confort en el que está instalada. Y claro, le cuesta hacer cambios… y asumir riesgos

Las tasas de interés muy bajas y la subida de impuestos comenzó no en 2019, sino en 2000. Los males que trajo el confinamiento salvaje dictado por estadistas brillantes como Pedro Sánchez es un complemento nocivo… pero el mal ya estaba hecho.

Para Slim, lo positivo viene de la medicina: se han conseguido, al menos, protocolos para intentar curar a la gente, evitar contagios y prevenir, y para acelerar la búsqueda de tratamientos y vacunas. Pero vamos despacio y España no aporta nada.

Para España, Slim aconseja  infraestructuras públicas construidas y explotadas por compañías privadas. O sea, lo contrario de lo que está haciendo el ministro José Luis Ábalos.

Para España, Slim aconseja infraestructuras públicas construidas y explotadas por compañías privadas. O sea, lo contrario que está haciendo José Luis Ábalos

En general, Slim propone un “no” rotundo a la inversión financiera, hoy moda imperante en todo el mundo: no invierta usted en activos ajenos, reinvierta en su propia empresa. La bolsa déjelo para otros.

Y una crítica a Europa, que de primera potencia mundial esta pasando a ser el furgón de cola del mundo: el problema de Europa es “el confort” en el que está instalada. Y claro, le cuesta hacer cambios… y asumir riesgos. Vivimos muy cómodos, demasiado.