Estamos en un contexto de crisis mundial del automóvil (del que, por el momento, la única excepción entre los fabricantes es Ferrari; mientras entre los productores de componentes hay alguna más -CIE Automotive, Teknia y Continental). Las dificultades empezaron, en gran medida, por el vehículo eléctrico (principalmente, por su baja demanda, sus altos costes de producción y la alta competencia de marcas chinas), y se han sumado los desafíos geopolíticos, el impacto de los aranceles y la incertidumbre económica. Y claro, las empresas tratan de adaptarse, replanteándose estrategias e inversiones, así como haciendo ajustes. Y ante este contexto, Mercedes-Benz ha decidido vender el 3,8% que tenía de Nissan, la cual ha dejado de ser una participación estratégica por las pérdidas milmillonarias de este último.

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Atrás quedan los tiempos de expansión en el sector del automóvil y toca dar marcha atrás en más de un plan y hacer repliegue, manteniéndose en lo que sí se ve como estratégico. El fabricante automovilístico alemán ha obtenido 279 millones de euros con la venta de la participación del 3,8% que tenía en Nissan, algo que le vendrá bien, tras el frenazo registrado en el primer semestre y que llevó a rebajar sus previsiones anuales, así como a anticipar que hará ajustes. Entre enero y junio, Mercedes-Benz ha ingresado 66.377 millones (-8,6%) por las menores ventas de turismos y furgonetas (de estas, parte se fabrican en la planta que tiene en España y se encuentra en Vitoria); su resultado neto de explotación (ebit) cayó un 40,7%, a 4.534 millones; y el beneficio neto se desplomó un 55,8%, a 2.688 millones.

Y hablando de resultados… no hay que perder de vista que Nissan arrojó pérdidas milmillonarias. Estas han perjudicado también a su primer accionista, el grupo francés Renault, que controla el 35,71% de su capital (un 1866% a través de un fideicomiso francés). Este último tuvo unas pérdidas de 11.185 millones en el primer semestre por culpa de Nissan, aunque sin dicho impacto no habría tenido números rojos, aunque su beneficio neto habría caído un 31%, a 461 millones. Un escenario retador con el que desde hace unas semanas debe lidiar el galo François Provost desde la silla de CEO, para cubrir la vacante que dejó el italiano Luca de Meo el pasado 15 de julio para dar un fuerte giro de trayectoria y dejar el sector del automóvil para aterrizar en el del lujo, que también afronta un declive mundial: a partir del 15 de septiembre, estará a los mandos de Kering (dueño de Gucci y Balenciaga, entre otras marcas). Este último es un grupo que controla la familia francesa Pinault y que ahora se ha planteado vender la marca de ropa y calzado deportivo Puma

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La salida de Mercedes-Benz de Nissan provocó una caída del 6% en la cotización de este último y pone punto y final a una relación que empezó en 2010 cuando en Nissan mandaba Carlos Ghosn, donde más que la expansión, se buscaban reducir costos de desarrollo y producción, tras la crisis financiera de 2008. Claro que ni este movimiento ni las pérdidas milmillonarias, parece que vayan a provocar que Renault reduzca su participación, por ahora, y sin olvidar que Nissan es dueño del 15% del grupo francés, y que ambas participan en una alianza mundial con Mitsubishi.

Eso sí, el pasado abril, Renault compró el 51% que Nissan tenía en RNAIPL, el negocio conjunto que ambos tenían en India. En aquel momento, De Meo refirió que “como socio de Nissan dentro de la Alianza desde hace mucho tiempo y como su principal accionista, Renault Group tiene un gran interés en que Nissan recupere sus resultados lo antes posible. Con un enfoque pragmático y orientado al negocio, hemos debatido las formas más eficaces de apoyar su plan de recuperación”. Entre esas medidas, Nissan anunció el desarrollo de un modelo eléctrico pequeño basado en el futuro Renault Twingo y además, el grupo japonés se vio liberado de su compromiso de inversión de 600 millones de euros en Ampere (la filial eléctrica de Renault), como informó la web Híbridos y Eléctricos. Además, se pactó un nuevo acuerdo en la Alianza que dota de más flexibilidad sobre las participaciones cruzadas que tienen, abriendo la posibilidad de que se reduzcan a un mínimo del 10%.