El Papa Francisco se encuentra en Kazajistán, donde ha participado en el séptimo Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales.

El Santo Padre se dirigió a los líderes religiosos, las autoridades, los miembros del Cuerpo Diplomático, de las organizaciones internacionales, los representantes de instituciones académicas y culturales en la mañana de este miércoles 14 de septiembre, recoge Vatican News.

El Sucesor de Pedro sostuvo que, “ante el misterio del infinito que nos sobrepasa y nos atrae, las religiones nos recuerdan que somos criaturas; no somos omnipotentes, sino mujeres y hombres en camino hacia la misma meta celestial”.

En Kazajistán “es bien conocida la herencia del ateísmo de Estado, impuesto por decenios, esa mentalidad opresora y sofocante por la cual el simple uso de la palabra ‘religión’ era incómodo”, aseveró el Obispo de Roma. En cambio, introdujo un contrapunto, al dejar claro que “las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa”.

Una condición esencial para un desarrollo verdaderamente humano e integral es la libertad religiosa, explicó Francisco, enfatizando que “somos criaturas libres”.

Una condición esencial para un desarrollo verdaderamente humano e integral es la libertad religiosa, explicó Francisco, enfatizando que “somos criaturas libres

Explayándose en su reflexión sobre este asunto crucial, el Sucesor de Pedro manifestó que la libertad religiosa es “un derecho fundamental, primario e inalienable, que es necesario promover en todas partes y que no puede limitarse únicamente a la libertad de culto”. “De hecho, precisó, es un derecho de toda persona dar testimonio público de la propia fe; proponerla sin imponerla nunca. Es la buena práctica del anuncio, diferente del proselitismo y del adoctrinamiento, de los que todos están llamados a mantener distancia”.

Francisco mencionó el valor actual, junto al valor inmortal de la religión que Kazajistán “promueve admirablemente, acogiendo desde hace una veintena de años este Congreso de relevancia mundial”. La presente edición, según el Pontífice, nos lleva a reflexionar sobre nuestro rol en el desarrollo espiritual y social de la humanidad durante el período pospandémico.

Para el Pontífice, “La pandemia, entre vulnerabilidad y cuidados, representa el primero de cuatro desafíos globales que quisiera indicar y que llaman a todos —aunque de manera especial a las religiones— a una mayor unidad de propósitos”. Sobre esto, Francisco aseveró que “los creyentes en la pospandemia, además de sensibilizarse sobre nuestra fragilidad y responsabilidad, están llamados al cuidado; a hacerse cargo de la humanidad en todas sus dimensiones, volviéndose artesanos de comunión, testigos de una colaboración que supere los cercos de las propias pertenencias comunitarias, étnicas, nacionales y religiosas”.

Animó a liberarnos “de esas concepciones reductivas y ruinosas que ofenden el nombre de Dios por medio de la rigidez, los extremismos y los fundamentalismos, y lo profanan mediante el odio, el fanatismo y el terrorismo, desfigurando también la imagen del hombre

El segundo desafío analizado fue el de la paz. En este sentido, recordando “los horrores y errores del pasado”, invitó a unir los esfuerzos, “para que más que nunca más el Omnipotente se vuelva rehén de la voluntad de poder humano”. También animó a purificarnos “de la presunción de sentirnos justos y de no tener nada que aprender de los demás”, liberarnos “de esas concepciones reductivas y ruinosas que ofenden el nombre de Dios por medio de la rigidez, los extremismos y los fundamentalismos, y lo profanan mediante el odio, el fanatismo y el terrorismo, desfigurando también la imagen del hombre”.

El Papa exhortó a no justificar nunca la violencia y a no permitir que lo sagrado sea instrumentalizado por lo que es profano. “¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!”, exclamó.

En relación con el tercer desafío, el de la acogida fraterna, para Francisco “hoy es grande la dificultad de aceptar al ser humano”. Refiriéndose a un problema que le preocupa, la cultura del descarte, remarcó que “cada día bebés por nacer y niños, migrantes y ancianos son descartados; numerosos hermanos y hermanas mueren sacrificados en el altar del lucro, envueltos en el incienso sacrílego de la indiferencia”. Y, sin embargo, recordó Su Santidad, “todo ser humano es sagrado”. “Es sobre todo tarea nuestra, de las religiones, recordarlo al mundo. Nunca como ahora presenciamos grandes movimientos de poblaciones, causados por las guerras, la pobreza, los cambios climáticos, en búsqueda de un bienestar que el mundo globalizado permite conocer, pero al que a menudo es difícil acceder”.

Numerosos hermanos y hermanas mueren sacrificados en el altar del lucro, envueltos en el incienso sacrílego de la indiferencia

El último desafío global desglosado por el Pontífice tiene que ver con la salvaguardia de la casa común, que, como ha reiterado en tantas oportunidades, hay que protegerla, “para que no sea sometida a las lógicas de las ganancias, sino preservada para las generaciones futuras, para alabanza del Creador”. “El Altísimo ha dispuesto con cuidado amoroso una casa común para la vida. Y nosotros, que nos profesamos suyos, ¿cómo podemos permitir que se contamine, se maltrate y se destruya? También en este desafío unamos esfuerzos”.

Hacia el final de su intervención, el Pontífice exteriorizó su deseo de que sigamos adelante unidos, “para que el camino de las religiones sea cada vez más amistoso”.

“No busquemos falsos sincretismos conciliadores, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno. Solo así, en los tiempos oscuros que vivimos, podremos irradiar la luz de nuestro Creador. ¡Gracias!”, concluyó el Santo Padre.