La década de los años 30 del siglo XX se parece mucho a la de los años 20 del siglo XXI. Entonces, en Alemania despuntaba Hitler mientras Francia se miraba al espejo con expresión bobalicona. España comenzaba su singular cruzada contra el comunismo, que acabaría en la crudelísima Guerra Civil de 1936-1939, la última guerra librada en Europa por la pervivencia de la civilización cristiana.

España estaba ocupada en combatir la otra cabeza de la hidra atea (son dos: el comunismo soviético y el nazismo germano). Italia andaba zambullida en el lodazal de un fascismo que entendía de orden pero no de libertad e Inglaterra se empeñaba en no despertar de su triste ensoñación imperial, no quería admitir lo que veían sus ojos: por Berlín, la ciudad más atea del universo, regresaba la tiranía pagana.

La blasfemia contra el Espíritu Santo: lo malo se convierte en bueno, la verdad en mentira y el feísmo es el arte del siglo XXI: la degeneración entronizada. Este es el enemigo, esto es el Nuevo Orden Mundial (NOM)

Desde Londres, un eugenista -es lo que no le perdono- llamado Winston Churchill poseía aún la inteligencia y el patriotismo necesarios para, sin ser un cristiano ferviente, que no lo era, creer en la civilización cristiana y advertir contra el paganismo que llegaba de Berlín. Sus compatriotas no le hicieron caso hasta que le vieron las orejas al lobo y comprendieron que no era una cuestión de filosofía -lo que sí debería haber sido- sino de supervivencia. En la década de los años treinta del pasado siglo, la humanidad, como hace periódicamente, volvió a caer en la  la celada eterna de Satán al hombre, del engaño secular: los que piensan que afiliándose al ejército del enemigo medrarán olvidan que el objetivo del Maligno consiste, no en cambiar a la humanidad, sino en liquidarla. Su objetivo no es un mal indeterminado, su objetivo consiste en aniquilar al hombre. El alemán convertido al nazismo, o el ruso afiliado al leninismo, hoy el hombre de la ideología de género, tan prudente y civilizado, que se llena la boca con la diversidad y los delitos de odio, está enrolado en un ejército que no busca ni el poder del Estado ni el poder de una raza: lo que quiere es acabar con el hombre propiamente dicho.

Pues bien, esta tercera década del siglo XXI se parece mucho a la cuarta del siglo XX. Sólo que en vez de nazismo -y comunismo ahora luchamos contra eso que hemos llamado Nuevo Orden Mundial (NOM)-, un contradiós, una imbecilidad, que nos habla de la batalla que ya estamos librando, hora mismo, entre el bien y el mal, entre la Iglesia de Roma y Satán, y que constituirá la guerra de nuestras vidas.

Los que piensan que afiliándose al ejército del enemigo medrarán, olvidan que el objetivo del Maligno consiste, no en cambiar a la humanidad, sino en liquidarla

Como los ingleses de 1935 podremos encerrarnos en la paz aparente de la que disfrutamos y fingir que nada ocurre, mientras nuestros códigos penales se vuelven inmundos y otorgamos el poder a eso que bobaliconamente llamamos progresismo y que, por de pronto, ya ha conseguido ganar la primer batalla: una Occidente sin vitalidad, envejecido, plúmbeo, cobarde y tristón.

Resuenan las palabras de Churchill: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”. O como dijera un contemporáneo, algo mayor de Churchill, un tal Chesterton, ya cercana la hora de su muerte: “Ahora ya todo está claro entre la luz y la oscuridad y cada uno debe elegir”. Lo dijo pocos meses antes de que estallara la guerra civil española y, como en 1936, todos tendremos que elegir bando. No es posible abstenerse, ni en 2021 ni en 1936.

Ojo: no será una guerra de trincheras, porque ya no existen la guerras de trincheras en el siglo XXI. Ahora la batalla más feroz es la que ha dado en llamarse batalla cultural.

Y no se engañen: se necesita más valor para esta batalla cultural que para la guerra de trincheras, que ahora se libra cómodamente, pulsando botones que mueven misiles capaces de acabar con cientos de personas a las que ni se ve ni se huele.

Y esto me viene al pelo para preguntarme: ¿España, y toda Europa, pinta algo en todo lo que viene o será, como tantos españoles creen, un apósito prescindible de un mundo regido por anglosajones y chinos? Pues no, España lo pinta todo y vuele a ser el gozne de la historia. La Guerra Civil comenzó en Madrid con un régimen, curiosamente democrático, que quiso destruir a Cristo y se puso a asesinar a católicos y profanar iglesias. Parecido a lo que ocurre hoy, donde España ha obtenido el dudoso honor de haberse convertido en la cuna de la profanación global. El país más cristófobo del mundo es ahora España. Y la profanación surge de España y en España debe ser detenida. Igual que frente a los islámicos durante la Reconquista o frente a la reforma luterana en Trento, el NOM deberá ser confrontado en España, que es donde se ha corporeizado.

Podemos fingir que nada ocurre, mientras nuestros códigos penales se vuelven inmundos en un Occidente sin vitalidad, envejecido, plúmbeo, cobarde y tristón. Pero… o nos alistamos o nos condenamos

El paganismo, esta vez no nazi, sino neocomunista, se extiende por la América hispana a ejemplo de España y amenaza con contaminar al poderoso Estados Unidos del peligroso y senil Joe Biden.

Sí, la III guerra Mundial ya ha comenzado y el partido se inicia en España, la hija más fiel de la Iglesia y hoy a la cabeza de los rebeldes. Pero no olvidemos que, además, hablamos de guerra civil y cultural. Guerra dentro de la propia Iglesia y guerra más cultural que física. Y no lo olviden: las batallas culturales son las más crueles y siempre acaban en batallas físicas.

Ahora libramos una batalla cultural que empezó con el relativismo, nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira y acaba en la blasfemia contra el Espíritu Santo, donde lo malo se convierte en bueno y lo bueno en malo, la verdad en mentira mientras la mentira ensalzada como verdad, lo bello es despreciado y el feísmo se convierte en el arte y la belleza del siglo XXI: la degeneración entronizada. Este es el enemigo, esto es el Nuevo Orden Mundial (NOM).

La III guerra Mundial ya ha comenzado y el partido se juega en España, la hija más fiel de la Iglesia y hoy, a la cabeza de la blasfemia

O con Cristo o contra Cristo: nos va en ello la supervivencia, porque, insisto, el objetivo del NOM no es ni una ideología, ni un país ni un colectivo: es el hombre mismo.

Sean optimistas. Recuerden que Cristo nunca pierde la guerra, sólo que, por mor la debilidad humana, cuando no de sus traiciones, siempre va de derrota en derrota hasta la victoria final.

Prepárense para el combate.