Marcial Portela, en campaña para crear una división de Internacional en el primer banco español. Sáenz busca un ejecutivo británico para dirigir la maca inglesa. Mientras, Botín lanza otro globo-sonda sobre su sucesión. Lo cierto es que no tiene la menor intención de jubilarse.

La mano derecha de Francisco Luzón, consejero ejecutivo responsable de Iberoamérica, se llama Marcial Portela. Luzón parece tranquilo en su cargo, que tiene más de consejero que de directivo. Lo cierto es que la división iberoamericana del Santander Central Hispano (SCH) marcha viento en popa y que la economía de la región empieza a serenarse, y que Luzón viaja menos al nuevo continente, lo mismo que Portela. Jesús María Zabalza, su fichaje, se encarga de cubrir la primera línea de fuego. A Portela le encantan las conspiraciones y se ha propuesto que el Abbey, la sexta entidad británica, pase a ser gestionado por Luzón, dentro de una división internacional, que no sólo agruparía Iberoamérica, sino las participaciones en Europa, entre ellas el Abbey.

Hasta el momento, el negocio internacional está troceado, más como forma de ubicar las distintas piezas que otra cosa. Integrar todos los activos internacionales bajo un solo mando supondría tanto como crear una figura con tanto poder como el consejero delegado, y Sáenz no está dispuesto a ello. En cualquier caso, para Portela es la última oportunidad de Luzón: o da el paso adelante o se jubila como consejero no ejecutivo de la entidad. Eso sí, Portela ha aprovechado la coincidencia en el tiempo de tesituras personales de Alfredo Sáenz y de problemas de salud de algunos de sus hombres de confianza, para lanzar el ataque.

En cualquier caso, el plan de Sáenz para el Abbey constaba de dos etapas. La primera era la que el propio consejero delegado llamaba el desmoche, es decir, poner orden en las cuentas del Abbey. La segunda, alcanzar la velocidad de crucero en comercialización de productos. Para la primera etapa, que se suponía duraría dos años, y ahora probablemente se acorte, se enviaba a Londres a Francisco Gómez Roldán. Pero, una vez terminada su labor, sería sustituido por un ejecutivo británico, porque Sáenz está convencido de que el entronque del Abbey con el SCH lo tiene que hacer un español, pero el trabajo comercial en el Reino Unido tiene que ser cosa de un inglés. Total: que en el SCH esperan que Sáenz nombre a alguno de sus hombres, para anticiparse al posible planteamiento oficial de Luzón.

Pero este no desiste, la verdad es que Luzón no trabaja en el SCH ni como consejero ni como ejecutivo, sino como asesor personal de Emilio Botín. Ahora bien, desde la fusión con el SCH, su figura se ha ido diluyendo. No hay que olvidar que antes de la fusión no era el SCH el que atravesaba su peor momento, sino el propio Santander, que no veía la salida del túnel. Y no olvidemos que en 1999, Luzón ya llevaba dos años largos dentro de la entidad. Además, Amusátegui y Corcóstegui exigieron, para empezar a negociar, que Luzón no asumiera cargos en la nueva entidad fusionada, que dio en llamarse BSCH. Sáenz quedó aparcado tras reflotar Banesto hasta su elevación al estrellato, tras la salida de Corcóstegui, y desde entonces se ha preocupado muy mucho de que su antiguo compañero de fatigas en el Vizcaya no subiera ni un solo peldaño.

Ahora bien, el proyecto de Luzón y Portela, especialmente de ese último, choca con la confianza plena que Emilio Botín tiene en Alfredo Sáenz, la confianza que nunca ha otorgado a nadie. Para Botín, el Santander (para él no existe el SCH) es una empresa familiar, y los ejecutivos están para ganar dinero, pero no para mantener luchas por el poder. Desde su mismo fichaje, aclaró a Luzón que nunca sería consejero delegado, luego hizo todo lo posible para terminar con Corcóstegui incluidos los 110 millones de euros que le pagó para que se marchara- y, para sorpresa de todos, ha acabado confiando plenamente en Alfredo Sáenz, que todo parece indicar saldrá victorioso del actual envite, aunque le siga faltando equipo de confianza a los que ascender.

Hay otra razón por la que Botín prefiere mantener a Sáenz con todos sus galones. Para el Banco de España, Sáenz es el hombre de confianza para llevar adelante el SCH.

El ataque de Portela coincide con un nuevo globo sonda lanzado por el entorno de Emilio Botín sobre su posible jubilación. Ahora sí, comentan sus allegados en voz baja, todo parece indicar que D. Emilio piensa en la retirada. Lo cierto es que Botín no tiene la menor intención de jubilarse, pero con estos rumores que lanza periódicamente cada, pongamos, seis meses, se evita la única presión que siente el cántabro para marcharse a su casa: la de su propia familia y la de su propia hija, Ana Patricia Botín, que a sus 45 años está harta de esperar el relevo e incluso preocupada porque sus hermanos menores puedan hacerle la competencia en un futuro.

Emilio Botín cuenta con 71 años de edad. Su padre se jubiló con 10 años más y él se siente en perfecto estado de forma. Puede aguantar otros 10. Y no le importa que Sáenz le lleve el banco. Es el único ejecutivo que, por el momento, no le ha fallado. Y recuerden el viejo lema botinian lo que no son cuentas, son cuentos.