Las tres opciones para la crisis que llega: donación, intercambio y robo
La guerra de Ucrania ha puesto de moda la palabra crisis. Y no sin razón. Todos los líderes europeos hablan de crisis económica, aunque una guerra, en principio, sólo provoca una inflación llegada desde el miedo al futuro inmediato, al tiempo que una recuperación económica ulterior... que en el presente caso servidor no contempla por lado alguno.
Por tanto, es el momento idóneo para recordar las tres concepciones económicas posibles ante la represión que se nos avecina. A saber: la economía de donación, la economía del intercambio y la economía del robo, también conocida como el pez grande que se come al chico.
La solución es fácil: la gratuidad y el bien común terminarían, en una sola noche, con la era de la especulación, la clave de nuestros días
Empecemos con la economía del don gratuito, donde se sirve al bien común sin esperar nada a cambio. Aunque parezca mentira si uno se guía por el periodismo económico es la opción de muchos trabajadores autónomos o microempresarios, que trabajan para desarrollar su especialidad, aquello para lo que se han formado, y contribuir al bien común, sin ánimo de lucro. Sí, sin ánimo de lucro, porque buscan ingresos para poder vivir con dignidad y pagar las nóminas de sus pocos empleados, no para engrosar ese beneficio ni tan siquiera para crecer y hacer caja, probablemente con una venta apresurada a un tercero.
Las micropymes, los profesionales, los autónomos y los cuentapropistas constituyen una economía del don gratuito, aunque el mejor ejemplo de esta economía siempre es la familia, la unidad económica por excelencia, donde la economía del don gratuito no es un objetivo: es lo cotidiano.
El segundo tipo de economía es la del intercambio, la habitual, muchos no conciben otra: te doy para que me des, mera justicia distributiva siempre al borde del conflicto y probablemente la que inventó el derecho. Apuestan por ella los partidarios de la libre empresa.
La tercera concepción económica es la perversión de la segunda: la especulación. No sólo la especulación financiera donde ahora tenemos un ejemplo arquetípico: las criptomonedas. Pregúntense esto: ¿Para qué sirven las criptomonedas en orden al bien común? Absolutamente para nada.
Pero ojo, la especulación no sólo es la de los mercados bursátiles, al menos de los mercados secundarios. No, la especulación es también la de quienes se conforman con cumplir sus obligaciones legales o la del mismo asalariado -quien negará ser un especulador aunque lo sea- que trabaja pensando en su pensión futura. Sin caer en la cuenta, por cierto, de que, en un sistema de reparto, el cotizante no se paga su pensión futura, sino la pensión presente de sus padres. Serán sus hijos quienes realmente paguen su jubilación con sus contribuciones futuras.
La segunda solución consiste en defender lo pequeño y aniquilar lo grande, sea público o privado
Es posible que el detonante de la nueva crisis económica sea la deuda pública, a la que la guerra en Occidente ha añadido la inflación y la globalización forzosa. La deuda pública por una razón palpable: llevamos un par de generaciones de políticos irresponsables que compran votos cautivos a costa de aumentar la deuda pública, con lo que cargan sobre la generación siguiente un fardo insufrible.
Pero la solución a este círculo vicioso es fácil: la gratuidad y el bien común terminarían en una noche con la era de la especulación financiera, la clave de nuestros días. Un ejemplo muy concreto: renuncie a sus ahorros: nada de invertirlos en bolsa, mucho menos en deuda, nada de especular en criptodivisas, que no ofrecen ningún servicio a nadie, salvo al especulador y al intermediario. Sí, el bitcoin también tiene intermediarios.
Nada de 'eso son los ahorros de mis hijos': la economía del don gratuito exige que, o bien se regalen los ahorros a quien lo necesita o bien los dedique a montar una nueva empresa, una nueva actividad, de pequeño calado, sin otro ánimo de lucro que el de sacar adelante a su familia con cierta dignidad.
Dos 'monopolios' en verdad venenosos: el Estado del Bienestar europeo y el monopolio global, de origen norteamericano, Google
¿Se han fijado en que la inmensa mayoría de las grandes empresas no trabajan con fondos propios sino con deuda? Pues no haga usted eso: opere con sus fondos propios o regáleselos a quien los necesite. Vamos que no se endeude.
Pero rentabilícelos, porque el ahorro es un bien muerto. Rentabilícelos creando algo para el bien común, que en muchos casos puede ser la formación de sus hijos. En particular, con esa actividad que usted domina porque ha dedicado a ella tantos años de su vida.
Dicho de otra forma: el trabajo no es un castigo de Dios al hombre, es creatividad. Lo que es un castigo, tras el desagradable incidente de la manzana, es el duro esfuerzo que conlleva.
Por tanto, no tenga mentalidad de funcionario ni de prejubilado. No tenga mentalidad de funcionario, sino de creador para el bien común.
La segunda solución a la actual crisis consiste en la receta, que no es de este siglo sino que viene de la revolución industrial: enaltecer lo pequeño y acabar con lo grande, sea público o privado, combatir en suma, el lado más oscuro de la globalización.
Verbigracia, ya en el siglo XXI, vivimos dos monopolios venenosos: el del Estado del Bienestar europeo, esa sociedad blanda que hemos creado en Europa, cuna de la civilización hoy desangelada, y el del monopolio americano Google. Por el Estado del Bienestar ha llegado lo contrario de lo que se pretendía: llevamos varias generaciones que viven pendientes de lo que la sociedad les puede dar y no de los que ellos pueden dar a la sociedad, al bien común.
Y una revolución pendiente: que las redes de una sociedad en red, las infraestructuras, vuelvan al Estado
Respecto a Google, ya lo he contado, la última vez con motivo del vigésimo sexto aniversario de Hispanidad, el pasado 20 de marzo, así que no me voy a extender sobre el venenoso Google, censor universal de contenidos al que, encima, tenemos que rendir pleitesía para que no nos envíe a la marginación.
Para lograr este cambio de paradigma hacia la economía cristiana del don gratuito, ayudaría mucho impulsar una revolución en la sociedad en red que habitamos, que es también una reacción, es decir, una vuelta al pasado: las redes de una sociedad en red, las infraestructuras (infovías de internet carreteras, líneas férreas, satélites, transmisiones terrestres de ondas, redes de luz, de gas, etc.) deben volver al Estado. Sí, no deben ser propiedad de grandes corporaciones, que siempre tenderán a aprovecharlas en beneficio propio o de sus pares en tamaño, es decir, de las grandes corporaciones, de grado o por fuerza. Ejemplo: Telefónica protesta, y con razón, de las redes sociales, porque es su peor cliente, el que más usa y menos paga. Lo que no ocurriría si el Estado fuera el propietario de las redes de telecomunicaciones.
Pues eso: estaticemos. Sí, lo digo yo, que me considero un liberal -en materia económica-. Recuerden a aquel ministro norteamericano que visitó España, en tiempos del 'Innombrable' y exclamó a modo de resumen: "España es diferente: aquí las carreteras las construye la propiedad privada y por ella circulan coches que fabrica el Estado". Pues eso.
En cualquier caso, no lo duden: la crisis económica del siglo XXI ya está aquí. Explotará por la deuda pública y se disparará con una inflación no controlada. Y exigirá austeridad… una vez más.