Está claro que Yolanda Díaz, que no es ambiciosa aunque lo parezca, ha comenzado su carrera hacia la Moncloa huyendo de egos, porque ella huye de todos los egos del mundo menos del suyo propio
Estaba comentando los datos de empleo, conocidos el pasado miércoles 3. Tras la autoalabanza correspondiente a un gobierno progresista -mismamente el suyo- la señora vicepresidenta entró en éxtasis: “Yo sé que hay muchas madres que tienen a sus hijos en paro y no dejo de pensar en ellas”. Y esto es bello e instructivo, porque doña Yolanda, la estrella emergente del rojerío español, no sólo se desvela por los parados sino, esto es importante, por las madres de los parados. Su dolor -el de las madres es su dolor -el de Yolanda-. Dos almas, o varios millones de almas, aproximadamente tres millones doscientas mil almas de madres atribuladas, suponiendo que todos los parados tengan madre, que no sé si es el caso. De todos modos, un montón de madres en las que Yolanda no deja de pensar ni un momento. Ya lo dijo Lola Flores: no me canso de quereros.
Está claro que Yolanda Díaz, que no es ambiciosa aunque lo parezca, ha comenzado su carrera hacia la Moncloa huyendo de egos, porque ella huye de todos los egos del mundo menos del suyo propio.
Comprendo que la carrera hacia La Moncloa exige ese tipo de cosas pero hay algo que me preocupa: la tendencia deslizante, acelerada de la izquierda española, sin duda forzada por el fascismo, hacia la cursilería más insufrible que recuerdo,
Las madres de España, todas y todes, han respondido a la señora vicepresidenta para agradecerle que no deje de pensar en ellas.