María de Agreda la modernidad siempre acaba en mediocridad
Andan algunas vírgenes ajetreadas, aunque son las menos, porque la mayoría está en lo que hay que hacer y en lo que hay que rezar. Pero a las de la minoría se las oye más, porque unas promueven no sé qué revuelta en la Iglesia para conseguir no sé qué igualdad, con el apoyo de los compañeros del sindicato del tergal, que antaño vestían hábitos, y otras vírgenes, las que hasta hace poco estaban asentadas en la tradición y se han pasado a un feminismo moderadito, para ponerse al día y al sol que más calienta, acuden al logopeda para aprender a pronunciar lo de “empoderamiento”. Y todo esto está muy bien, pero solo y nada más como prueba de la veracidad del Evangelio que ya dejó establecido, hace dos mil años, que entre las vírgenes prudentes se nos iba a colar el sector de las vírgenes necias.
Todas las propuestas de las vírgenes necias, las radicales y las moderaditas, tienen una característica común, que se llama mediocridad. Justo al contrario del objetivo que todo cristiano debe perseguir en la Iglesia, que es abandonar lo rastrero y lo mediocre para alcanzar las cimas de la santidad, como quedó definido poéticamente:
“Tras un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
Que le di a la caza alcance”.
Y precisamente hace unos días se ha presentado la biografía de una virgen excelsa, como fue la madre María de Jesús de Agreda (1602-1665). El carmelita Rafael Pascual Elías ha hecho una versión del libro publicado Eduardo Royo, a principios del siglo XX, y la ha enriquecido con un conjunto de notas interesantísimas. Además, esta edición de la editorial San Román lleva un cuadernillo de fotos del convento de Ágreda de cosas nunca vistas… y hasta aquí puedo leer, como se decía en el famoso concurso de la tele.
Comenzó el acto con la interpretación del himno de la madre Ágreda por la soprano Alma Anduix, que puso el listón en la zona de la excelencia. Abrió el turno de intervenciones Leticia Casans y de Arteaga, directora del programa “Monasterios y Conventos” de Radio María, que con trazos magistrales dibujo el escenario del siglo XVII donde vivió la madre Ágreda. Le siguió en el uso de la palabra la abadesa de la comunidad del Caballero de Gracia, comunidad que ahora reside en el convento de la calle Blasco de Garay de Madrid, puesto que fueron sus antecesoras las fundadoras del monasterio de Ágreda, y describió cómo fueron los principios del convento soriano. A continuación, la abadesa del monasterio de Ágreda, invitó a lectura de la gran obra de Sor María de Jesús Mística Ciudad de Dios. El exministro Jorge Fernández Díaz glosó la relación de la Orden Concepcionista con la Corona de España: Santa Beatriz con Isabel la Católica, Sor María de Jesús con Felipe IV y Sor Patrocinio con Isabel II. Jorge Fernández Diaz concluyó solicitando algo con lo que no puedo estar más de acuerdo, como es la beatificación de la madre Ágreda por el bien que esto puede reportar a la Iglesia, y a España, nuestra patria, tan necesitada de la ayuda del Cielo.
María de Agreda tenía el don de la bilocación: lo empleó para evangelizar a los indios americanos
Pero antes de él intervino la madre María Torres, presidenta de la Federación de las Concepcionistas. Voy a detenerme con más detalle las ideas que expuso, transcribiendo fielmente su intervención. Fueron muchos, muchísimos, —dijo la madre Torres— los dones que Dios dispensó a Sor María de Jesús de Ágreda. De esos dones, unos son de carácter ordinario, un conjunto de virtudes humanas, que contribuyeron a formar una mujer y una religiosa concepcionista con una personalidad extraordinaria. Y añadido a todo ese conjunto de dones ordinarios, también recibió otros dones extraordinarios, que como escribe la actual abadesa del monasterio de Ágreda en el prólogo de este libro suscitan en nosotros admiración, agradecimiento y devoción. Dones extraordinarios estos que sobrepasan las limitaciones humanas, como fue el don de bilocación, y que como también se dice en el prólogo de este libro, el Señor los concede a quien quiere y como quiere.
Pues bien, tanto los unos como los otros, los dones ordinarios y los dos extraordinarios, una vez recibidos por la Madre María de Jesús de Ágreda los utilizó y dirigió a un doble fin: la gloria de Dios y de Su Santísima Madre y la santificación de las lamas, empezando por sus hijas de las que fue abadesa, y siguiendo por cuantas personas se acercaron al locutorio de Ágreda, desde las más altas personalidades como el rey de España, Felipe IV, hasta el más humilde de los aldeanos de las tierras de Soria.
Todos estos innumerables dones de la madre María de Jesús de Ágreda se desplegaron en riquísimos frutos de santidad, que hacen de nuestra protagonista una de las figuras más eminentes del siglo XVII de España, y también de la Iglesia Católica de su tiempo, aunque solo fuera por dos de sus realizaciones: su obra Mística Ciudad de Dios y su contribución a la evangelización de América.
De la importancia de la obra de la madre María Jesús de Ágreda, titulada, Mística Ciudad de Dios o Vida de la Virgen María hablan por sí solas las 162 ediciones que han visto la luz desde la primera del año 1670 hasta el día de hoy. Ediciones en español, por supuesto, pero también en muchos otros idiomas: portugués, francés, inglés, holandés, italiano, Flamenco, latín, alemán, griego, árabe, polaco, croata, tamil…
Por su obra, Mística Ciudad de Dios, la madre Ágreda ha sido incluida en El Diccionario de autoridades. Dicho Diccionario fue publicado entre 1726 y 1739, y fue el primer diccionario de la lengua castellana editado por la Real Academia Española, fundamento de lo que hoy se conoce como el Diccionario de la lengua española. La “lista de los autores elegidos por la Real Academia Española para el uso de las voces y modos de hablar” figura en el tomo I y junto a la madre Ágreda se incluyen los nombres de los grandes de nuestra lengua española como Mateo Alemán, Santa Teresa de Jesús, Diego de Saavedra Fajardo, Estebanillo González, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, el inca Garcilaso de la Vega, Vicente Espinel, Juan de Mena, Fray Luis de León, Antonio de Nebrija, Pedro Calderón de la Barca, Juan de Mariana, Miguel de Cervantes y Lope de Vega entre otros.
Pero no escribió este libro la madre Agreda por autocomplacencia o como ahora se dice como manifestación del desarrollo de su personalidad. No, no fue así, lo escribió como muestra de docilidad a la inspiración divina y sometiéndose a la dirección de sus superiores. La prueba es que la voluminosa obra Mística Ciudad de Dios fue escrita dos veces por la madre Ágreda. La primera redacción la hizo entre los años 1637 a 1643. Durante estos años era su director espiritual el padre Francisco Andrés de la Torre. Tras concluirla, pasado un tiempo, y al haberse ausentado su confesor, el que le sustituyó le aconsejó que la quemara y así lo hizo. Y al regreso del padre de la Torre, este le ordenó que la escribiera de nuevo, y como obedeció para quemar la primera edición, así lo hizo también ahora. La segunda redacción la escribió la madre Ágreda entre los años 1655 a 1660, que el libro contiene miles de páginas, encuadernadas en ocho tomos.
También se refirió la presidenta de la federación de las Concepcionistas al don extraordinario de la bilocación, que la madre Ágreda puso al servicio de la evangelización de América. Sin duda, como buena y ejemplar hija de la Santísima Virgen, la gran evangelizadora de aquellas almas, bajo su advocación de la Virgen de Guadalupe, la Madre no pudo hacer otra cosa que emplear aquel don a un fin sobrenatural.
Cualquiera de nosotros, probablemente, transportado a aquellas tierras e incitados por la curiosidad de ver un mundo tan distinto y tan hermoso hubiéramos caído en la tentación de hablar de lo que menos importa. Bien al contrario, la madre Ágreda habló con los indios de lo único importante.
El tribunal de la Inquisición le preguntó por sus charlas con los indios. Y ella respondió con total sinceridad y naturalidad. Y aquello que hablaba con los indios era tan importante, que sigue vigente y de plena actualidad, por lo que seguro que como para los indios, también será de provecho para nosotros. Esto es lo que respondió la madre Ágreda, a la pregunta sobré qué decía a los indios: «Les amonestaba y pedía que buscasen al verdadero Dios y ministros que se lo pudiesen enseñar y que les diesen el santo bautismo, donde recibirían los hábitos de las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad; las cuales los habituarían y darían luz para conocer a Dios y les desterrarían las tinieblas que poseían sus entendimientos. Que había otra vida que la que ellos tenían; que no estuviesen tan asidos a las cosas materiales y terrestres; que, pues se diferencian en las naturalezas de los animales, se habrán de diferenciar en las operaciones y fin. Que había Dios, eterno, infinito en atributos y perfecciones, que era criador de todo el universo y conservador, trino en personas y uno en esencia, Padre, Hijo y Espíritu Santo; que el Hijo tomó carne humana y pasible por redimirnos y satisfacer suficientemente a la justicia divina; que encarnó en las entrañas de la Virgen Santísima, y que fue concebido por obra del Espíritu Santo sin intervenir obra de varón, y que nació de santa María Virgen, siendo virgen antes del parto, en el parto y después del parto; que padeció muerte y pasión por salvar a todos los pecadores; que descendió a los infiernos y sacó de allí las almas de los santos Padres antiguos que estaban esperando, detenidos sin ver la cara de su criador; a su santo advenimiento para que les abriera las puertas del cielo; que resucitó al tercero día; que subió a los cielos, donde está sentado a la diestra de su Padre eterno; que desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. ¿Qué harían ellos cuitados, cuando los arrojasen al fuego eterno, condenados para siempre porque no habían confesado la fe santa y entrado por la puerta de la Iglesia que es el bautismo, a ser hijos de Dios y herederos de su Reino? Y otras cosas semejantes a estas, previniéndoles en primer lugar que la señal del bautismo era la santa cruz donde Cristo murió crucificado para nuestro remedio».
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá