Este año, las manifestaciones feministas del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, nos ha llevado al proceloso mundo de la violencia psicológica. Es decir, siguiendo el primer y único mandamiento feminista –la mujer es santa, el hombre es un demonio– las reivindicativas se han centrado, no ya en la violencia física, sino en la psicológica.

Ahora bien, esto no deja de tener su aquel, porque si es el varón quien tiene la exclusiva de la violencia psicológica, que ejerce sobre la mujer, esto significa que la mujer es idiota.

¿Verdad que la mujer no es idiota? Verdad que el hombre sólo supera a la mujer en fuerza bruta y que, puestos a hacer daño con la inteligencia, por ejemplo, con la lengua, la mujer puede ser tan eficaz, o más, que el hombre.

Se golpea con la mano, aseguran los dos sexos. Por supuesto que sí, pero en el resto de violencias, tanto agrede la mujer al hombre como el hombre a la mujer. Quizás más la mujer por cuanto, cuando aparece el desamor, cada sexo utiliza sus mejores armas contra el otro.

Porque si la mujer no puede maltratar psicológicamente al hombre es que la mujer es idiota. ¿Verdad que no es idiota?

La llamada violencia doméstica tiene una explicación muy sencilla: cuando el amor se pudre se convierte en animadversión, cuando no, en simple odio. Como decía una amiga inteligente “¿Divorciarse como amigos? ¡Anda ya!”.

Y es entonces, con la irrupción del desamor, cuando cada sexo utiliza sus armas: el hombre, la fuerza bruta, la mujer, su lengua o, si lo prefieren, su inteligencia. Lo que ambos sexos buscan es hacerse daño.

Y todo esto es muy lógico cuando existen tantas –y tantos– inoculados por el virus del feminismo, también conocido como virus necio. El feminismo es una exageración sin límites, basada en el consabido argumento de que la mujer es ángel y el hombre demonio. A partir de ahí, cualquier tontuna es posible.