Decíamos ayer, que la educación en libertad no existe porque, de existir, lo primero que, en uso de esa libertad, haría el educando sería negarse a ser educado en modo alguno. Le guste o no a nuestra blandengue progresía, la educación es represión o, como decían los clásicos, "quebrar la voluntad" del niño y del adolecente. En plata: un poquito más de disciplina y, si es necesario, disciplina por la fuerza. Razonar siempre, abofetear intentemos que nunca, pero al final, la educación no es como la fe: además de proponerla, a determinadas edades hay que imponerla. Esto no lo entiende nuestra derecha pagana del PP. Por ejemplo, no lo entiende Susana Camarero, secretaria de Estado de Asuntos Sociales, para quien, cosa más moderna, la solución no está en la represión. Eso, señora Camarero, se lo cuenta usted al profesor de 35 años apuñalado ayer lunes por un chico de 13 años. A él y a sus familiares. Reparen en los dos sucesos de los últimos día: el de ayer, donde un chico de 13 años asesina a placer (brote psicótico claro, pero es que, al parecer no hay locos buenos), y el de ese padre condenado a tres meses de cárcel por pegarle una bofetada a un adolescente estúpido que volvía de madrugada a casa y no hacía ni caso de las instrucciones paternas. A lo mejor, si al niñato asesino de Barcelona le hubieran dado un par de bofetadas a su debido tiempo, no le habría cogido el gusto a la ballesta. En cualquier caso, no nos extraña que condenen a un padre a tres meses de cárcel por arrear un bofetón a un niño de 13 años que llegaba a las tantas de la madrugada y no hacía ni caso a las admoniciones paternas. Una exageración del juez, alegaría la mayoría, pero no se puede educar a bofetadas. Y ahora, nos espantamos ante otro adolescente, de otros 13 años, porque intenta asesinar a todo aquel que le cae antipático. ¿Qué esperábamos? ¿No perciben una cierta relación entre lo uno y lo otro y la coincidencia de la estúpida reacción del Estado? Ahora nos topamos con un energúmeno de igualmente 13 años, que asesina a un profe y deja heridas a otras dos personas armado con ballesta y cuchillo. Y no le podemos, no ya enviar a prisión, sino ni tan siquiera detenerlo y enviarlo a un reformatorio (que, como los manicomios, cada vez existen menos). Entonces, ¿qué hacemos? Eso sí, le echamos la culpa a sus padres, que no saben educarle o a la demencia que es excusa socorrida y válida para cualquier salvajada. Pues no. Miren ustedes: al niño y al adolescente hay que obligarles a muchas cosas con disciplina. Y muchas veces habrá que forzarle a esa disciplina. Si no le dices nunca no, él tampoco se lo dirá a sí mismo. No le tengan tanto miedo al concepto de disciplina: puede resultar extraordinariamente liberador. Eulogio López eulogio@hispanidad.com