Sr. Director:

Recientemente el Congreso dio luz verde a una Proposición de Ley (presentada e impulsada por el PSOE), la cual castiga con penas que van, desde 38 días de servicios comunitarios hasta un año de cárcel, para todos los que “obstaculicen el derecho al aborto”. O sea, aquellos que se concentran a rezar (¡Vaya escándalo!) en los alrededores de las clínicas abortivas o que, en acto de encendida caridad pretenden disuadir a las madres indecisas de cometer uno de los mayores delitos contra la Ley de Dios [“No matarás”, Ex. 20:13; “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”, Mt. 25:40] son vistos como “delincuentes”, “proscritos” o una “amenaza contra los derechos de las mujeres”. Sin embargo, por muy ilegal o ilegítima que pudiera parecernos esta resolución (algunos le achacan su cuestionable “constitucionalidad”, aunque, en realidad, es más propio decir que viola el Derecho Natural), no debemos pagarles con su misma moneda: la de la incomprensión.

Si bien los defensores de este despropósito legal pecan de necedad, frivolidad y dureza de corazón, debemos decir que esto es producto, mayormente, de su supina ignorancia [“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, Lc.23:34]. Ellos, hombres y mujeres que fueron (en la mayor parte de los casos) bautizados y hechos cristianos poco después de su nacimiento, han olvidado que, al encarnarse, el Hijo de Dios nos trajo la Redención y nos prometió la Vida Eterna. A medida que fueron alejándose del Señor y su Iglesia (encargada de custodiar las Doctrina y anunciar la Buena Nueva en todo el orbe), caían en las trampas, lisonjas y confusas doctrinas del mundo [“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”, Jn. 13:19]. Por ello, haciendo valer el dogma la Comunión de los Santos y realizando un acto de misericordia, sigamos el sabio consejo que el Apóstol San Pablo le da a Timoteo (1 Tim. 2:1-4): “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”. No nos cansemos de pedir por la conversión de quienes, abusando de su poder y de la confianza que el pueblo ha depositado en ellos, nos condenan e injurian.