Insiste y persiste: el Nuevo Orden Mundial (NOM) quiere condenar al Papa, ya sea por pederastia o por genocidio o por lo que seaAhora toca pedofilia y con el sano afán de encontrar sinergias en el coste procesal, ahora el NOM acusa, no sólo a Benedicto XVI sino a tres cardenales: un jaque a la sede de la Iglesia de Roma. Lo han intentado ya abogados de la ONU, el lobby feminista, el lobby gay y sigan ustedes contando. Por ahora no ha resultado pero todo se andará. Se trata ante todo de socavar la autoridad moral del Vicario de Cristo en la tierra, claro está, siguiendo la estrambótica técnica de que toda persona es culpable de los delitos que cometen sus próximos e incluso sus lejanos. No es que Benedicto XVI hay abusado de ningún niño, pero sí abusaron curas en varios continentes, ergo Benedicto es culpable. Está clarísimo.
El derecho internacional es un gran invento pervertido. Algo parecido a la Declaración de los Derechos del Hombre, otra maravilla degradada. Su punta de lanza consiste en acabar con la soberanía nacional. Y eso es bueno, por la unidad intrínseca del género humano y de la dignidad de cada hombre. La declaración de los derechos humanos fue una maravilla, hasta que el Nuevo Orden amplió los derechos. Y así, por ejemplo, el derecho a la vida quedó cercenado de raíz por un nuevo derecho: el derecho a la salud reproductiva, es decir, al aborto.
Hay un segundo objetivo en la demanda ante la Corte Penal Internacional. Si se consigue colocar al Papa en condición de imputado, podrían detenerle, juzgarle y condenarle, pero aunque no lo consiguieran -que pueden conseguirlo- podrían lograr recluir al Pontífice en el Vaticano. Es lo que ha ocurrido con el presidente de Sudán, por ejemplo, que debe tener mucho cuidado con atravesar sus fronteras nacionales. De esta forma, aunque no se consiguiera encarcelarle -no es la primera vez que ocurre en la historia, piensen en Napoleón- acabarían con su cautividad apostólica directa, que es su movilidad, vigente desde que Karol Wojtyla inventara el Papado itinerante.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com
El derecho internacional es un gran invento pervertido. Algo parecido a la Declaración de los Derechos del Hombre, otra maravilla degradada. Su punta de lanza consiste en acabar con la soberanía nacional. Y eso es bueno, por la unidad intrínseca del género humano y de la dignidad de cada hombre. La declaración de los derechos humanos fue una maravilla, hasta que el Nuevo Orden amplió los derechos. Y así, por ejemplo, el derecho a la vida quedó cercenado de raíz por un nuevo derecho: el derecho a la salud reproductiva, es decir, al aborto.
Hay un segundo objetivo en la demanda ante la Corte Penal Internacional. Si se consigue colocar al Papa en condición de imputado, podrían detenerle, juzgarle y condenarle, pero aunque no lo consiguieran -que pueden conseguirlo- podrían lograr recluir al Pontífice en el Vaticano. Es lo que ha ocurrido con el presidente de Sudán, por ejemplo, que debe tener mucho cuidado con atravesar sus fronteras nacionales. De esta forma, aunque no se consiguiera encarcelarle -no es la primera vez que ocurre en la historia, piensen en Napoleón- acabarían con su cautividad apostólica directa, que es su movilidad, vigente desde que Karol Wojtyla inventara el Papado itinerante.
Eulogio López
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