"Con Elías descubrimos la verdadera fuerza intercesora de la oración que evoca la grandeza del amor de Dios.
Cuando el Profeta se enfrenta con los secuaces de Baal, en el monte Carmelo, se produce una confrontación entre el Señor de Israel, Dios de salvación y de vida, y el ídolo mudo y sin conciencia que nada puede hacer.
Los profetas de Baal y sus inútiles ofrendas revelan el engaño del ídolo que encierra a la persona en la búsqueda exclusiva de sí misma. Elías, en cambio, prepara el sacrificio y ora, invita al pueblo a unirse en la acción y en la súplica, haciéndole partícipe y protagonista de la oración y de cuanto está acaeciendo.
Con su intercesión, Elías pide a Dios aquello que Dios mismo desea hacer, esto es, manifestarse con toda su misericordia, fiel a la propia realidad de Señor de la vida que perdona y transforma. El verdadero Dios se revela con el fuego que consume la ofrenda y el Profeta implora la conversión de su pueblo, para que éste pueda responder así con un amor absoluto que comprometa toda su vida, su fuerza y su corazón".
Hoy no es el fuego que consume el holocausto lo que indica la presencia del Señor en el mundo. Su plena y definitiva manifestación es la cruz de Jesús, que ha venido para bautizar en Espíritu Santo y fuego y destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. La espera en la llegada de Pentecostés me ha evocado está bonita narración bíblica. He pensado que es una imagen actual.
Enric Barrull Casals