Sr. Director:

Al dar a conocer el triste hecho de la profanación de Jesús en el sagrario en una Iglesia de Alcorcón,  de la que tuve noticia por la carta de un cura joven de la localidad, me han llovido bastantes comunicaciones al respecto. Entre ellas hago pública la presente de un seglar madrileño que literalmente escribe:

Bien las reflexiones de su amigo sacerdote. Transmítale mi agradecimiento por su carta, sin la cual no habríamos tenido conocimiento de estos hechos.

Voy a comentarle, don Miguel, el hecho en sí de la profanación de esa iglesia de Alcorcón. Si en un país musulmán se profanase una mezquita, saldría en primera plana en todos los periódicos de ese país, las autoridades investigarían, habría multitudinarias y furiosas manifestaciones de condena, etc.

En España por desgracia ya tuvimos durante la Guerra Civil tristes y habituales casos de profanaciones de iglesias, incendios de conventos e iglesias, imágenes mutiladas, tumbas de religiosos y religiosas profanadas (clarisas de Barcelona), etc.

Por otro lado, ¿qué pretende quien profana o ultraja a Jesucristo? ¿Acaso cree que puede dañar a Jesucristo, hacerle algún daño? Pobre de aquel (o aquellos) que lo haga(n) hecho, pues el daño se lo hace(n) a sí mismo(s); esa grave acción se volverá contra él (o ellos), igual que si tiramos una piedra al cielo y al bajar nos cae en la cabeza.

Igual les ocurrirá a estos. ¿Odiar a Dios y a la religión? Qué impiedad, qué necedad y qué maldad tan singulares. ¿Cómo se excusarán ante Jesucristo el día de su Juicio?. R.A.

Nada que añadir pues la carta se comenta por sí misma.

Miguel Rivilla San Martín

miriv@arrakis.es